5 de noviembre 2025 “La pascua da esperanza a la vida cotidiana” Audiencia Papa León XIV. Plaza de san Pedro.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
La Pascua de Jesús es un evento que no pertenece a un pasado
lejano, ya sedimentado en la tradición, como tantos otros episodios de la
historia humana. La Iglesia nos enseña a hacer memoria actualizada de la
Resurrección todos los años en el domingo de Pascua y todos los días en la
celebración eucarística, durante la que se realiza de modo pleno la promesa del
Señor resucitado: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el
final de los tiempos» (Mateo 28, 20).
Vivimos cada hora muchas experiencias diversas: dolor,
sufrimiento, tristeza, entrelazadas con alegría, estupor, serenidad. Pero, en
cada situación, el corazón humano anhela la plenitud, una felicidad profunda.
Una gran filósofa del s. XX, Santa Teresa Benedicta de la Cruz -cuyo nombre
secular fue Edith Stein-, que tanto profundizó en el misterio de la persona
humana, nos recuerda este dinamismo de búsqueda constante de la plenitud. «El
ser humano -escribe- anhela siempre volver a recibir el don de la existencia,
para poder alcanzar lo que el instante le da y, al mismo tiempo, le quita»
(Ser infinito y ser eterno. Intento de un ascenso al sentido del ser). Estamos
inmersos en el límite, pero también tendemos a superarlo.
El anuncio pascual es la noticia más hermosa, alegre y
conmovedora que jamás ha resonado en el curso de la historia. Es el
“Evangelio” por excelencia, que atestigua la victoria del amor sobre el pecado
y de la vida sobre la muerte, y por eso es el único capaz de saciar la demanda
de sentido que inquieta nuestra mente y nuestro corazón. El ser humano está
animado por un movimiento interior, propende hacia un más allá que le atrae
constantemente. Ninguna realidad contingente le satisface. Tendemos al
infinito y a lo eterno. Esto contrasta con la experiencia de la muerte,
anticipada por los sufrimientos, las pérdidas, los fracasos. De la muerte «Nullu
homo vivente po skampare» (ningún hombre viviente puede escapar), canta San
Francisco de Asís (cfr. Cántico del hermano sol).
Todo cambia gracias a aquella mañana en la que las mujeres
que habían ido al sepulcro para ungir el cuerpo del Señor lo encuentran vacío.
La pregunta de los Magos de Oriente en Jerusalén («¿Dónde está el Rey de los
judíos que ha nacido?», Mateo 2, 1-2) halla la respuesta definitiva en las
palabras del misterioso joven vestido de blanco que habla a las mujeres en el
alba pascual: «¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha
resucitado» (Marcos 16, 6).
Desde esa mañana hasta hoy, cada día, Jesús posee también
este título: el Viviente, como Él mismo se presenta en el Apocalipsis: «Yo soy
el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ahora vivo para
siempre» (Apocalipsis 1, 17-18). Y en Él tenemos la seguridad de poder
encontrar perennemente la estrella polar hacia la que dirigir nuestra vida de
aparente caos, marcada por hechos que, a menudo, nos parecen confusos,
inaceptables, incomprensibles: el mal, en sus múltiples facetas; el
sufrimiento, la muerte: eventos que nos afectan a todos y cada uno. Meditando
el misterio de la Resurrección, encontramos respuesta a nuestra sed de sentido.
Ante nuestra frágil humanidad, el anuncio pascual se
convierte en cura y sanación, alimenta la esperanza frente a los desafíos
alarmantes que la vida nos pone por delante cada día a nivel personal y
planetario. Desde la perspectiva de la Pascua, la Via Crucis se transfigura en
Via Lucis. Necesitamos saborear y meditar la alegría después del dolor, atravesando
con esta nueva luz todas las etapas que precedieron la Resurrección.
La Resurrección de Cristo no es una idea, una teoría,
sino el acontecimiento que fundamenta la fe. Él, el Resucitado, nos lo recuerda
siempre mediante el Espíritu Santo, para que podamos ser sus testigos
también allí donde la historia humana no ve luz en el horizonte. La esperanza
pascual no defrauda. Creer verdaderamente en la Pascua en el camino cotidiano
significa revolucionar nuestra vida, ser transformados para transformar el
mundo con la fuerza suave y valiente de la esperanza cristiana. Fuente e Imagen
de Vatican. Va.
