1 de noviembre 2025. “Que la educación católica ayude a
descubrir la vocación a la santidad”. Homilía Papa León XIV. Jubileo educativo.
Proclamación doctor de la Iglesia a san John Henry Newman.
En esta solemnidad de Todos los Santos, es una gran alegría
inscribir a san John Henry Newman entre los doctores de la Iglesia y, al mismo
tiempo, con motivo del Jubileo del Mundo Educativo, nombrarlo compatrono, junto
con santo Tomás de Aquino, de todas las personas que forman parte del proceso
educativo. La imponente estatura cultural y espiritual de Newman servirá de
inspiración a las nuevas generaciones, con un corazón sediento de infinito,
dispuestas a realizar, por medio de la investigación y del conocimiento, aquel
viaje que, como decían los antiguos, nos hace pasar per aspera ad astra, es
decir, a través de las dificultades, hasta las estrellas.
De hecho, la vida de los santos nos da testimonio de que es
posible vivir apasionadamente en medio de la complejidad del presente, sin
dejar de lado el mandato apostólico: «brillen como haces de luz en el mundo» (Filipenses
2,15). En esta solemne ocasión, deseo repetir a los educadores y a las
instituciones educativas: “brillen hoy como haces de luz en el mundo”,
gracias a la autenticidad de su compromiso en la investigación coral de la
verdad, a su coherente y generoso compartir, a través del servicio a los
jóvenes, particularmente a los pobres, y en la experiencia cotidiana de que «el
amor cristiano es profético, hace milagros» (cf. Exhortación apostólica.
Dilexi te, 120).
El Jubileo es una peregrinación en la esperanza y todos
ustedes, en el gran campo de la educación, saben bien cuánto la esperanza
sea una semilla indispensable. Cuando pienso en las escuelas y en las
universidades, las considero como laboratorios de profecía, en donde la
esperanza se vive, se manifiesta y se propone continuamente.
Este es también el sentido del Evangelio de las
Bienaventuranzas proclamado hoy. Las Bienaventuranzas traen consigo una nueva
interpretación de la realidad. Son el camino y el mensaje de Jesús educador.
A primera vista, parece imposible declarar bienaventurados a los pobres, a
aquellos que tienen hambre y sed de justicia, a los perseguidos o a los
trabajan por la paz. Pero, aquello que parece inconcebible en la gramática del
mundo, se llena de sentido y de luz en la cercanía del Reino de Dios. En los
santos vemos cómo ese Reino se acerca y se hace presente en medio de nosotros.
San Mateo, acertadamente, presenta las Bienaventuranzas como
una enseñanza, proponiendo a Jesús como Maestro que transmite una nueva
visión de las cosas y cuya perspectiva coincide con su camino. Las
Bienaventuranzas, sin embargo, no son una enseñanza más, son la enseñanza por
excelencia. Del mismo modo, el Señor Jesús no es uno entre tantos maestros,
sino el Maestro por excelencia. Más aún, es el Educador por excelencia.
Nosotros, sus discípulos, estamos en su escuela, aprendiendo a descubrir en su
vida, es decir, en el camino que Él recorrió, un horizonte de sentido capaz de
iluminar todas las formas de conocimiento. ¡Ojalá que nuestras escuelas y
universidades sean siempre lugares de escucha y de práctica del Evangelio!
A veces, los retos actuales pueden parecer superiores a
nuestras posibilidades, pero no es así. ¡No permitamos que el pesimismo nos
venza! Recuerdo lo que mi querido predecesor, el Papa Francisco, subrayó en su
discurso ante la Primera Asamblea Plenaria del Dicasterio para la Cultura y la
Educación, que debemos trabajar juntos «para liberar al ser humano de la
sombra del nihilismo, que es quizás la plaga más peligrosa de la cultura actual,
porque es la que pretende borrar la esperanza». La referencia a la oscuridad que nos rodea nos
remite a uno de los textos más conocidos de san John Henry, el himno Lead,
kindly light («Guíame, Luz amable»).
En esa hermosa oración, nos damos cuenta de que estamos
lejos de casa, que nuestros pies vacilan, que no logramos descifrar con
claridad el horizonte. Pero nada de esto nos detiene, porque hemos encontrado
la Guía: «Guíame, oh Luz amable, entre las tinieblas que me rodean. ¡Guíame
tú!– Lead, kindly Light. The night is dark and I am far from home. Lead Thou me
on!»
Es tarea de la educación ofrecer esta Luz amable a aquellos
que, de otro modo, podrían quedarse prisioneros de las sombras particularmente
insidiosas del pesimismo y el miedo. Por eso me gustaría decirles:
desarmemos las falsas razones de la resignación y la impotencia, y difundamos
en el mundo contemporáneo las grandes razones de la esperanza. Contemplemos
y señalemos esas constelaciones que transmiten luz y orientación en nuestro
presente oscurecido por tantas injusticias e incertidumbres.
Por eso los animo a hacer de las escuelas, las universidades
y toda realidad educativa, incluso informal y callejera, los umbrales de una
civilización del diálogo y la paz. A través de sus vidas, dejen que
trasluzca esa «enorme muchedumbre», de la que nos habla en la liturgia de hoy
el libro del Apocalipsis, «[…] imposible de contar, formada por gente de todas
las naciones, familias, pueblos y lenguas». Y que «estaban en pie ante el trono
y delante del Cordero» (7,9).
En el texto bíblico un anciano, observando la muchedumbre,
pregunta: «¿Quiénes son y de dónde vienen […]?» (Apocalipsis 7,13). En este
sentido, también en el ámbito educativo, la mirada cristiana se posa sobre
«estos […] que vienen de la gran tribulación» (v. 14) y reconoce en ellos los
rostros de tantos hermanos y hermanas de todas las lenguas y culturas, que, a
través de la puerta estrecha de Jesús, han entrado en la vida plena.
Y entonces, una
vez más, debemos preguntarnos: «¿los menos dotados no son personas humanas?
¿Los débiles no tienen nuestra misma dignidad? ¿Los que nacieron con menos
posibilidades valen menos como seres humanos, y sólo deben limitarse a
sobrevivir? De nuestra respuesta a estos interrogantes depende el valor de
nuestras sociedades y también nuestro futuro» (Exhortación. apostólica. Dilexi
te, 95). Y agregamos: de esta respuesta depende también la calidad evangélica
de nuestra educación.
Entre el legado perdurable de san John Henry se encuentran,
en este sentido, algunas contribuciones muy significativas a la teoría y la
práctica de la educación. «Dios —escribía—me ha creado para hacerle algún
servicio definido. Me ha encomendado alguna obra que no ha dado a otro. Tengo
mi misión. Nunca podré conocerla en esta vida, pero me será revelada en la
otra» (Meditaciones y devociones, Madrid 2007, 225). En estas palabras
encontramos expresado de manera espléndida el misterio de la dignidad de cada persona
humana y también el de la variedad de los dones distribuidos por Dios.
La vida se ilumina no porque seamos ricos, bellos o
poderosos. Se ilumina cuando uno descubre en su interior esta verdad: Dios me
ha llamado, tengo una vocación, tengo una misión, mi vida sirve para algo
más grande que yo mismo. Cada criatura tiene un papel que desempeñar. La
contribución que cada uno tiene para ofrecer es de un valor único, y la tarea
de las comunidades educativas es alentar y valorar esa contribución. No lo
olvidemos: en el centro de los itinerarios educativos no deben estar individuos
abstractos, sino personas de carne y hueso, especialmente aquellas que parecen
no producir, según los parámetros de una economía que excluye y mata. Estamos
llamados a formar personas, para que brillen como estrellas en su plena
dignidad.
Por lo tanto, podemos decir que la educación, desde la
perspectiva cristiana, ayuda a todos a ser santos. Nada menos. El Papa
Benedicto XVI, con motivo de su viaje apostólico a Gran Bretaña en septiembre
de 2010, durante el cual beatificó a John Henry Newman, invitó a los jóvenes a
ser santos con estas palabras: «Lo que Dios desea más que nada para cada uno
de vosotros es que os convirtáis en santos. Él os ama mucho más de lo que
podéis imaginar y quiere lo mejor para vosotros». Esta es la llamada universal
a la santidad que el Concilio Vaticano II convirtió en parte esencial de su
mensaje (cf. Lumen Gentium, capítulo V). Y la santidad se propone a todos, sin
excepción, como un camino personal y comunitario trazado por las
Bienaventuranzas.
Rezo para que la educación católica ayude a cada uno a
descubrir su vocación a la santidad. San Agustín, a quien san John Henry
Newman apreciaba tanto, dijo una vez que somos compañeros de escuela que tienen
un sólo maestro, cuya escuela y cátedra están en la tierra y en el cielo
respectivamente (cf. Sermón 292,1). Fuente e Imagen de Vatican. Va
