15 de junio 2022. Catequesis sobre la vejez 14. El servicio gozoso de la fe que se aprende en la gratitud (cfr. Marcos 1, 29-31) Audiencia Papa Francisco.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos escuchado la sencilla y conmovedora historia de la
sanación de la suegra de Simón —que todavía no era llamado Pedro— en la versión
del evangelio de Marcos. El breve episodio es narrado con ligeras pero
sugerentes variaciones también en los otros dos evangelios sinópticos. «La
suegra de Simón estaba en la cama con fiebre», escribe Marcos. No sabemos si se
trataba de una enfermedad leve, pero en la vejez también una simple fiebre
puede ser peligrosa.
Cuando eres anciano, ya no mandas sobre tu cuerpo.
Es necesario aprender a elegir qué hacer y qué no hacer. El vigor del cuerpo
falla y nos abandona, aunque nuestro corazón no deja de desear. Por eso es
necesario aprender a purificar el deseo: tener paciencia, elegir qué pedir al
cuerpo y a la vida. Cuando somos viejos no podemos hacer lo mismo que hacíamos
cuando éramos jóvenes: el cuerpo tiene otro ritmo, y debemos escuchar el cuerpo
y aceptar los límites. Todos los tenemos. También yo tengo que ir ahora
con el bastón.
La enfermedad pesa sobre los ancianos de una manera
diferente y nueva que cuando uno es joven o adulto. Es como un golpe duro
que se abate en un momento ya difícil. La enfermedad del anciano parece
acelerar la muerte y en todo caso disminuir ese tiempo de vida que ya
consideramos breve. Se insinúa la duda de que no nos recuperaremos, de que
“esta vez será la última que me enferme…”, y así: vienen estas ideas… No se
logra soñar la esperanza en un futuro que aparece ya inexistente. Un famoso
escritor italiano, Italo Calvino, notaba la amargura de los ancianos que sufren
perder las cosas de antes, más de lo que disfrutan la llegada de las nuevas.
Pero la escena evangélica que hemos escuchado nos ayuda a esperar y nos ofrece
ya una primera enseñanza: Jesús no va solo a visitar a esa anciana mujer enferma,
va con los discípulos. Y esto nos hace pensar un poco.
Es precisamente la comunidad cristiana que debe cuidar de
los ancianos: parientes y amigos, pero la comunidad. La visita a los ancianos
debe ser hecha por muchos, juntos y con frecuencia. Nunca debemos olvidar estas
tres líneas del Evangelio. Sobre todo hoy que el número de los ancianos ha
crecido considerablemente, también en proporción a los jóvenes, porque estamos
en este invierno demográfico, se tienen menos hijos y hay muchos ancianos y pocos
jóvenes. Debemos sentir la responsabilidad de visitar a los ancianos que a
menudo están solos y presentarlos al Señor con nuestra oración. El mismo
Jesús nos enseñará a amarlos. «Una sociedad es verdaderamente acogedora de la
vida cuando reconoce que ella es valiosa también en la ancianidad, en la
discapacidad, en la enfermedad grave e, incluso, cuando se está extinguiendo»
(Mensaje a la Pontificia Academia por la Vida, 19 de febrero de 2014).
La vida
siempre es valiosa. Jesús, cuando ve a la anciana mujer enferma, la toma de la
mano y la sana: el mismo gesto que hace para resucitar esa joven que había
muerto, la toma de la mano y hace que se levante, la sana poniéndola de nuevo
de pie. Jesús, con este gesto tierno de amor, da la primera lección a los discípulos:
la salvación se anuncia o, mejor, se comunica a través de la atención a esa
persona enferma; y la fe de esa mujer resplandece en la gratitud por la ternura
de Dios que se inclinó hacia ella. Vuelvo a un tema que he repetido en estas
catequesis: esta cultura del descarte parece cancelar a los ancianos. De
acuerdo, no los mata, pero socialmente los cancela, como si fueran un peso que
llevar adelante: es mejor esconderlos. Esto es una traición de la propia
humanidad, esta es la cosa más fea, esto es seleccionar la vida según la
utilidad, según la juventud y no con la vida como es, con la sabiduría de los
viejos, con los límites de los viejos.
Los viejos tienen mucho que darnos:
está la sabiduría de la vida. Mucho que enseñarnos: por esto nosotros debemos
enseñar también a los niños que cuiden a los abuelos y vayan donde ellos. El
diálogo jóvenes-abuelos, niños-abuelos es fundamental para la sociedad, es
fundamental para la Iglesia, es fundamental para la sanidad de la vida.
Donde no hay diálogo entre jóvenes y viejos falta algo y crece una generación
sin pasado, es decir sin raíces.
Si la primera lección la dio Jesús, la segunda nos la da
la anciana mujer, que “se levantó y se puso a servirles”. También como
ancianos se puede, es más, se debe servir a la comunidad. Está bien que los
ancianos cultiven todavía la responsabilidad de servir, venciendo a la
tentación de ponerse a un lado. El Señor no los descarta, al contrario, les
dona de nuevo la fuerza para servir. Y me gusta señalar que no hay un énfasis
especial en la historia por parte de los evangelistas: es la normalidad del
seguimiento, que los discípulos aprenderán, en todo su significado, a lo largo
del camino de formación que vivirán en la escuela de Jesús.
Los ancianos que
conservan la disposición para la sanación, el consuelo, la intercesión por sus
hermanos y hermanas —sean discípulos, sean centuriones, personas molestadas por
espíritus malignos, personas descartadas… —, son quizá el testimonio más
elevado de pureza de esta gratitud que acompaña la fe. Si los ancianos, en vez
de ser descartados y apartados de la escena de los eventos que marcan la vida
de la comunidad, fueran puestos en el centro de la atención colectiva, se
verían animados a ejercer el valioso ministerio de la gratitud hacia Dios, que
no se olvida de nadie. La gratitud de las personas ancianas por los dones
recibidos de Dios en su vida, así como nos enseña la suegra de Pedro, devuelve
a la comunidad la alegría de la convivencia, y confiere a la fe de los
discípulos el rasgo esencial de su destino.
Pero tenemos que entender bien que el espíritu de la
intercesión y del servicio, que Jesús prescribe a todos sus discípulos, no es
simplemente una cosa de mujeres: en las palabras y en los gestos de Jesús no
hay ni rastro de esta limitación. El servicio evangélico de la gratitud por la
ternura de Dios no se escribe de ninguna manera en la gramática del hombre amo
y de la mujer sierva. Es más, las mujeres, sobre la gratitud y sobre la
ternura de la fe, pueden enseñar a los hombres cosas que a ellos les cuesta más
comprender. La suegra de Pedro, antes de que los apóstoles lo entendieran,
a lo largo del camino del seguimiento de Jesús, les mostró el camino también a
ellos.
Y la delicadeza especial de Jesús, que le “tocó la mano” y se “inclinó
delicadamente” hacia ella, dejó claro, desde el principio, su sensibilidad
especial hacia los débiles y los enfermos, que el Hijo de Dios ciertamente
había aprendido de su Madre. Por favor, hagamos que los viejos, que los
abuelos, las abuelas estén cerca de los niños, de los jóvenes, para transmitir
esta memoria de la vida, para transmitir esta experiencia de la vida, esta
sabiduría de la vida. En la medida en que nosotros hacemos que los jóvenes y
los viejos se conecten, en esta medida habrá más esperanza para el futuro de
nuestra sociedad. Fuente e Imagen de Vatican. Va Copyright Vatican Media.