23 de junio 2022. No estamos, no, de fiesta. Autor: Padre, Mario García Isaza, cm. Formador, Seminario Mayor, Arquidiócesis de Ibagué (Colombia).
Los resultados de la jornada electoral del domingo 19 de
junio 2022, constituyen una muy mala noticia para Colombia, que con
ellos ha caído también, como gran parte de nuestro subcontinente, en la órbita
del socialismo del siglo veintiuno. El horizonte de la patria se ha
ensombrecido, y, sin que esta afirmación sea un síntoma de fatalismo, hay que
saber que le esperan a nuestra nación muy malos días.
En el análisis de lo que nos ha acontecido, hay que decir
que este deplorable resultado no es fruto de la campaña desarrollada por los
candidatos y sus partidarios en los últimos meses. No; algunos dirán que los
debates, que las salidas de tono y exabruptos en que incurrió el candidato
perdedor, que las triquiñuelas y las arterías del círculo de truhanes que
orientaron la campaña del ganador, que la influencia innegable de los medios de
comunicación a lo largo de los últimos meses, determinaron el resultado final.
Pero el asunto es mucho más
hondo. La realidad en que ha desembocado toda esta campaña con la elección de
un presidente matriculado en el social-comunismo, es el resultado de un
proceso de desmoralización, de descomposición ética, de debilitamiento de los
fundamentos culturales y cristianos que le daban una identidad a la
sociedad colombiana.
A lo largo de los últimos lustros, sistemática y
sibilinamente, desde los más diversos estamentos de la sociedad, fue dándose
una labor de zapa en los cimientos ideológicos y morales de Colombia. La
Constitución del 91, que nos rige, comenzó por borrar a Dios como la fuente y
principio de toda autoridad y fuente de toda ley; so pretexto de la
legítima separación de la Iglesia y el Estado, y de la laicidad de este último,
se fue desterrando a Dios y se pretendió disponer la marcha de la nación al
margen de su ley.
Los partidos políticos no solo se atomizaron en
grupúsculos insignificantes y sin identidad, sino que se desdibujaron
ideológicamente; ya ninguno encarna de manera nítida y con fuerza los
principios y valores cristianos; ya no aparecen en la confrontación esos
paladines de la doctrina y de la ética que sin ambages y en forma paladina y
enhiesta den testimonio de sus creencias
y convicciones y enfrenten las ideologías deletéreas de los corifeos del error
y de la inmoralidad; la inmensa mayoría de nuestros políticos nos dan la
impresión de que todo se condiciona y subordina a peseteros intereses de orden
burocrático.
La juventud, que según parece tuvo mucho que
ver en la elección del nuevo presidente de Colombia, vino siendo adoctrinada
metódicamente, en la escuela, en el colegio y en la universidad, y desde
el mismo ministerio de educación, con
instrumentos como Fecode, un sindicato de raíces ateas y marxistas, y con unos
pénsumes, en todos los niveles del ciclo estudiantil, de los que
desaparecieron, en la teoría y en la práctica, la educación religiosa y los
contenidos de una formación humanística empapada de la cultura cristiana; peor
aún, se ha pretendido abiertamente adoctrinar a la niñez y a la juventud con
ideologías, como la de género, que son aberraciones evidentemente contrarias a
la ley natural.
Las Cortes, - y de manera muy especial la Constitucional -,
que debieran ser guardianes del orden, del bien y del recto ordenamiento de la
sociedad, le hay infringido a Colombia un inmenso y profundo daño, que
lamentaremos por mucho tiempo; con el pretexto escondido en la defensa
dizque del libre desarrollo de la personalidad, y con el desconocimiento o negación
de la ley natural, que es ley de Dios, no solo han minado de raíz la
autoridad de padres y educadores, sino que han justificado toda clase de
extravíos y de crímenes contra la vida y
la dignidad del ser humano.
Gobiernos nefastos para Colombia han propiciado todo este
desquiciamiento; el encabezado por el señor de la palomita blanca en la solapa,
negoció la patria con el crimen a cambio de un premio a su vanidad enfermiza, y
acuñó, en la práctica, la teoría de que el crimen, por atroz que sea, puede
ser el camino para alcanzar logros políticos y gozar no solo de impunidad
absoluta sino de galardones; y el actual, incapaz de hacer frente a la
mentira, pusilánime y medroso, deja en el ambiente de Colombia la sensación de
que los vándalos, aupados por quien hoy es presidente electo y por sus
secuaces, pueden, cuando así se les antoje, desconocer la autoridad y atentar
contra los derechos de los ciudadanos inermes, y ha permitido que la corte
prevaricadora se arrogue ilegítimamente funciones legislativas, para mal de
Colombia, y que quienes llevan legítimamente las armas para defender el orden,
soldados y policías, sean afrentosamente humillados y atropellados, socavando
así todo respeto a la legítima autoridad.
Y en medio de todo este desconcierto, muy posiblemente
también nos cabe un buen porqué de responsabilidad a quienes, por el estatus y
el rol que nos atañen, -padres de familia, educadores, sacerdotes, dirigentes…-
deberíamos alzar la voz para salir en defensa de los principios, verdades y
valores que estructuran el conjunto doctrinal de la civilización cristiana,
siempre que ellos sean atacados o conculcados. No siempre lo hacemos. ¿Por
temor?... ¿Por no cazar peleas?...¿Por el deseo de mostrarnos benévolos y
comprensivos?...¿Por inseguridad?...No me atrevería a responder; pero
siempre pienso en la responsabilidad de
los “canes muti non valentes latrare” de la Escritura. (Isaías., 56, 10)
¿Qué nos queda? Los hechos son tozudos e ineluctables.
Tendremos, ojalá que sólo para los cuatro años que vienen, un presidente
socialista que nunca hubiéramos querido tener, y que está rodeado de personajes
que forman un círculo siniestro. Seguramente la sociedad y la Iglesia se verán
gravemente afectadas en su vida y en su acción; la deplorable realidad que
están viviendo, sin excepción, países hermanos caídos en la misma órbita, no
nos permite negar los graves riesgos a que ahora nos veremos abocados.
Pero Dios no ha muerto, a despecho de quienes eso
quisieran; Colombia vive de una raíz cristiana que, por mucha fuerza que
piensen tener, nunca podrán destruir sus enemigos; la oración sigue y seguirá
siendo un arma imbatible a disposición de quienes vivimos de la fe; y el
testimonio de nuestra vida y acción nunca perderá la fuerza que tiene para
hacer frente al mal. Tenemos que orar, orar sin cansancio y con confianza, al
Dios de Colombia, por nuestros gobernantes, para que los toque con su gracia
invisible y les dé discernimiento, sabiduría y sinceridad en la búsqueda del
auténtico bien común; tenemos que seguir invocando el valimiento de la que
sigue siendo la Reina de Colombia, María santísima. Y tenemos que asumir,
todos, cada uno desde su propia realidad y sus posibilidades, la tarea que nos
incumbe de vivir y de predicar las verdades y valores que encontramos en el
Evangelio del que es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. (Juan, 14,
6) Correo del autor: magarisaz@hotmail.com