Evangelio lunes 6 de noviembre 2023
Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué
Cuando des
un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no
pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.» Lucas 14, 12-14
Dar,
comprender, servir, perdonar, tener en cuenta a los demás, hace parte del
programa de felicidad para una persona.
Un discípulo del Maestro de Nazareth debe encontrar el camino de la
felicidad en las recomendaciones de su Maestro. “Hay mayor alegría en dar que
en recibir” (Hechos 20, 35). Hay algo
que permite que un servidor de Dios sea un eficiente servidor en la sociedad y
en la Iglesia.
Es la capacidad de entregarse, de preocuparse por los demás, de
dedicarse a servir, tener voluntad siempre para darle la mano a los demás. Si
logra el primer requisito, necesariamente viene el segundo, el discípulo no
debe esperar nada a cambio. Se presta un
servicio más con el ánimo de cumplir una misión y no tanto por recibir una
retribución. Cuando se busca algo a
cambio, se limita el servicio, pierde fuerza el talento, o quizás el discípulo
deja mucho que desear.
El
Maestro advierte: “Cuando ayudes a los demás, no publiques lo que haces, no
esperes que los hombres te alaben. Si lo haces así, ya recibiste tu premio y tu
paga”. Que tu mano derecha no sepa lo que hace tu izquierda. (Mateo 6, 2-3) Un
discípulo debe estar muy atento para no caer en la trampa tentadora del diablo:
Servirle a Dios y al dinero simultáneamente.” (Mateo 6, 24). Si logra superar
esa tentación será un excelente representante de su Maestro.
Existen
muchas formas para servirle a los demás. La misma Iglesia Católica tiene una
buena cantidad de apostolados, de misiones, de servicios. Hay que aprender a
servir desde la Gracia que Dios ha depositado en nosotros.
El
Papa Francisco enseña: Servir no nos disminuye, nos hace crecer. “Servir no
es una expresión de cortesía: es hacer como Jesús, que, resumiendo su vida en
pocas palabras, dijo que había venido ‘no a ser servido, sino a servir”. A
medida que crecemos en el cuidado y la disponibilidad hacia los demás, nos
volvemos más libres por dentro, más parecidos a Jesús.
Cuanto más servimos, más sentimos la presencia
de Dios”. Sobre
todo “cuando servimos a los que no tienen nada que devolvernos, los pobres,
abrazando sus dificultades y necesidades con tierna compasión: ahí descubrimos
que a su vez somos amados y abrazados por Dios”. (cfr. Ángelus, 19 de
septiembre, 2021).
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