12 de noviembre 2023. Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco, Plaza de san Pedro. Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
El
Evangelio de hoy nos ofrece una historia que se refiere al sentido de la propia
vida. Es la parábola de las diez vírgenes, llamadas a salir al encuentro del
esposo (cf. Mateo 25,1-13). Vivir es esto: una gran preparación para el día,
cuando seremos llamados a salir al encuentro de ¡Jesús! En la parábola, sin
embargo, de esas diez vírgenes, cinco son prudentes y cinco necias. Veamos en
qué consisten la sabiduría y la necedad. La
sabiduría de la vida y la necedad de la vida.
Todas esas
damas de honor están allí para acoger al esposo, es decir, quieren encontrarse
con él, como también nosotros deseamos una feliz realización de la vida: la
diferencia entre la sabiduría y la necedad no está, pues, en la buena voluntad.
Tampoco radica en la prontitud con la que llegan al encuentro: todas estaban
allí. La diferencia entre las sabias y
las necias es otra: la preparación. El texto dice: las sabias "junto
con sus lámparas, tomaron también aceite" (v. 4); las necias, en cambio,
no. He aquí la diferencia: el aceite. ¿Y cuál es una de las características del
aceite? Que no se ve: está dentro de las lámparas, no llama la atención, pero
sin él las lámparas no tienen luz.
Nos miramos
a nosotros mismos y vemos que nuestra vida corre el mismo riesgo: tantas veces estamos muy atentos a las apariencias,
lo que nos importa es cuidar bien nuestra imagen, dar una buena impresión ante
los demás. Pero Jesús dice que la sabiduría de la vida está en otra dimensión:
en cuidar aquello que no se ve, pero
que es más importante, cuidar el corazón. El cuidado de la vida interior.
Significa saber detenerse para escuchar el corazón, atender los pensamientos y
los sentimientos. ¿Cuántas veces no sabemos lo que pasó dentro de nuestros
corazones ese día? ¿Qué pasa dentro de cada uno de nosotros?
La
sabiduría significa saber dar espacio al silencio, para ser capaces de
escuchar a nosotros y a los demás. Significa saber renunciar al tiempo pasado delante de la pantalla del
teléfono para mirar la luz en los ojos de los demás, en el propio corazón, en la
mirada de Dios hacia nosotros. Significa, no
dejarse atrapar por el activismo, sino dedicar tiempo al Señor, a la
escucha de su Palabra.
Y el
Evangelio nos da el consejo adecuado para no descuidar el aceite de la vida
interior, "el aceite del alma": nos dice que es importante
prepararlo. Y en el relato, vemos que las vírgenes ya tienen las lámparas, pero
deben preparar el aceite: deben ir a los vendedores, comprarlo, colocarlo en
las lámparas... (cf. vv. 7.9). Así es para nosotros: la vida interior no se improvisa, no es una cuestión de un momento,
de vez en cuando, de una vez para siempre; la vida interior hay que prepararla
dedicando un poco de tiempo cada día, con constancia, como se hace para cada
cosa importante.
Entonces,
podemos preguntarnos: ¿Qué estoy preparando en este momento de la vida? Dentro
de mí, ¿Qué estoy preparando? Quizá estoy intentando ahorrar algo, estoy
pensando en una casa o en un coche nuevo, en proyectos concretos... Son cosas
buenas, no son cosas feas. Pero, ¿estoy
pensando también en dedicar tiempo al cuidado del corazón, a la oración, al
servicio a los demás, al Señor que es la meta de la vida? En definitiva, ¿Cómo está el aceite de mi alma? Que
cada uno de nosotros se pregunte lo siguiente: ¿Cómo está el aceite de mi alma?
¿Lo alimento y lo conservo bien? Que la Virgen nos ayude a custodiar el aceite
de la vida interior. Fuente e Imagen de Vatican. Va.