Evangelio sábado 13 de enero 2024
Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
“Jesús
volvió de nuevo al lago de Galilea y mucha gente lo seguía, y Él les enseñaba. Mientras
Jesús caminaba a lo largo, vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado donde se pagaban
los impuestos y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y se fue con Jesús. Más tarde, durante la cena estaba comiendo en la casa de Levi, junto con Jesús y sus
discípulos estaban muchos cobradores de impuestos y otros de mala reputación ya
que muchos de ellos lo seguían.
Algunos
escribas y fariseos, al ver a Jesús comiendo con ellos y con los cobradores de
impuestos, le preguntaban a los discípulos: “¿Por qué come y bebe con cobradores
de impuestos y pecadores?” Jesús, al escuchar esto, les dijo: “Los que están
sanos no necesitan un médico, sino los enfermos. He venido a llamar a los
pecadores y no a los justos”. Marcos 2, 13-17.
Iniciemos nuestra reflexión pensando
en una verdad de orden divino. No necesitan de médico los sanos sino los
pecadores. Aún más: solo quien se
reconoce pecador delante de Dios, logra decirle Sí. Los pecadores siguen
con mucha facilidad los caminos de Dios, se dejan guiar por el Espíritu de
Dios. La persona que reconoce sus limitaciones tiene todas las posibilidades de
convertirse en un excelente servidor de Dios en el mundo.
Históricamente
hablando, los pecadores han sido los que le han dado una respuesta segura y
permanente a Dios. Los pecadores han llegado al grado de la santidad,
porque reconocieron su limitación y se abrieron a la conversión por amor a
Dios. El salmo 51 de la Sagrada Escritura nos recuerda que: somos pecadores de
nacimiento, pero Dios se vale de los pecadores, nos enseña sabiduría, perdona
nuestros pecados y nos abre las puertas hacia la perfección.
Quien
acepta su situación de pecador, piensa en la posibilidad de nacer de nuevo y
seguir las huellas del Redentor del mundo. (cfr. Juan 3, 6-7). No existe la posibilidad de creerse
perfecto, sin que tenga la posibilidad de equivocarse. Si alguien se atreve
a decir que no tiene pecado, se engaña así mismo (1 de Juan 1,8).
Al contrario, quien no se acepta como pecador, nunca logrará agradarle a Dios,
porque su mayor pecado es la soberbia. Dios no ha estado de acuerdo con el
orgullo, la arrogancia, la boca perversa. (Proverbios 8, 13). Dios no se
entiende con los ojos soberbios, lengua mentirosa, (Proverbios 6, 17).
Dios
resiste a los soberbios, da su gracia a los humildes. (1 Pedro 5, 5). El
capítulo 10 del libro del Sirácida en la Escritura es un excelente Vademécum
contra el mayor de los pecados, como lo es la soberbia: Actúa con dulzura, no
pretendas lo que sobrepasa, atiende a lo que se te encomienda, corazón
obstinado mal acaba.” °°° Eclesiástico 10, 6-18.
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