Evangelio jueves 11 de enero 2024
Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
Enseguida
Jesús le ordenó severamente al despedirse de él: “¡Mira! No le digas esto a
nadie, pero ve y muéstrate al sacerdote para que te examine. Luego, para
demostrar a todos que estás curado, ve y ofrece el sacrificio que Moisés
ordenó. Pero el hombre, apenas se alejó comenzó a contar lo ocurrido y se
corrió la voz. Es por eso que Jesús ya no podía entrar tranquilamente en
ninguna ciudad.” Marcos 1, 40-45.
Dios
siempre se compadece ante el mal que existe o que los mismos seres humanos
provocan en la sociedad. En la mente de Dios existe la compasión ante el
mal que padece una persona. No se le pude colocar el mote del mal a una
persona, por una condición somática o psicológica. Desafortunadamente en el
mundo judío había la no cristiana actitud de descartar a las personas por la
enfermedad de la lepra.
Ninguna
persona se debe clasificar indigna por una enfermedad que padezca. La compasión y la misericordia de Dios se imponen
ante la dureza del corazón humano.
La
Sagrada Escritura nos enseña a conocer a un Dios compasivo y misericordioso,
lento a la ira, rico en piedad. No nos trata como merecen nuestras culpas, ni
nos paga según nuestros pecados. (Salmo 102). “Dios es benigno, justo y
compasivo” (Salmo 114). El apóstol san Pablo recomienda para vivir bien nuestra
religión: “Sean compasivos unos con otros, perdónense mutuamente” (Efesios 4,
32).
Lo
que Jesucristo anuncia es el Reino de su Padre celestial, (cfr. Lucas 8,1);
lo que él hace es practicar la misericordia y la caridad con los demás, (cfr.
Marcos 1,34); el resultado de ese proceso es la conversión de cada persona que
se pone al servicio de Dios en el mundo, (cfr. Marcos 1, 31).
Jesucristo sabe lo que hace y sabe cómo hacerlo: Aprovecha el momento para educar y
formar, “Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los
demonios.” Ese es un método completo: El Hijo de Dios restaura la vida de cada
persona y la convierte en ejemplo y servicio para los demás.
El
Papa Francisco explica: “La misericordia de Dios supera toda barrera y la mano
de Jesús tocó al leproso. Él no toma distancia de seguridad y no actúa
delegando, sino que se expone directamente al contagio de nuestro mal; y precisamente
así nuestro mal se convierte en el lugar del contacto: Él, Jesús, toma de
nosotros nuestra humanidad enferma y nosotros de Él su humanidad sana y capaz
de sanar.” (cfr. Ángelus, 15 de febrero, 2015).
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