Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
“Jesús
levantó los ojos al cielo, y oró diciendo: Padre santo, cuídalos en tu Nombre
que me diste para que sean uno, como nosotros. Mientras estaba con ellos, Yo
los cuidaba en tu Nombre que me diste; los protegía y no se perdió ninguno de
ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura. Pero
ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de
ellos y su gozo sea perfecto.
Yo les comuniqué tu palabra, y el
mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo. No
te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no
son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu
palabra es verdad. Así como Tú me enviaste al mundo, Yo también los envío al
mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la
verdad.” Juan 17, 11b-19
Quienes
van a cumplir una misión en nombre de Jesús de Nazareth deben ser hombres y
mujeres consagrados en la verdad. Que distingan perfectamente, qué
significa: estar en el mundo, no ser del mundo y pedirle a Dios la máxima
gracia de ser preservados del maligno.
¿De
cuál verdad nos habla el Salvador?
Jesucristo es el buen pastor, el máximo pastor, nosotros cumplimos una
misión en nombre de Él, esa es la verdad. Sabemos que él es la verdad,
porque él mismo se ha manifestado como el camino, la verdad y la vida. (Juan
14, 5-6). La verdad es que él da la vida por sus ovejas, él mismo se propone
como modelo de vida, sin amor no podremos tener conocimiento de la verdad que
debemos anunciar. Conoceremos el camino y entenderemos la verdad, si aceptamos
la recomendación del buen pastor: “Conságralos en la verdad y presérvalos del maligno”.
El
verdadero apóstol, el auténtico pastor es una persona que vive su fe a toda
prueba. Una fe auténtica que le viene de la gracia de su bautismo. Razón
suficiente para decir que un apóstol debe tener una energía y entrega sin
límites; ha de ser valiente, sin avergonzarse de las humillaciones a causa del
Evangelio.
El apóstol san Juan tiene toda la razón cuando
afirma: “no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos
que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso
de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra
conciencia y conoce todo”. (1 Juan 3, 18).
El Papa Francisco no recuerda que: “Los
cristianos reconocen la gran paradoja de la vida de que tanto el mal y la tentación existen en
el mundo, pero que Dios siempre está presente, listo para ayudar y dar a las
personas la fuerza para perseverar del mal”.
(cfr. Catequesis, 22 de mayo, 2019)
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