Evangelio miércoles 22 de mayo
2024
Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
“Juan le
dijo a Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre,
y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros”. Pero Jesús les dijo:
“No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego
hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros”. Marcos
9, 38-40.
Hay
que luchar contra la gran tentación de creerse la mejor propuesta en el Reino
de Dios. Históricamente hablando muchas personas, hombres y mujeres, han
caído en la false idea que esa o tal persona es la que tiene la última palabra
en los asuntos de Dios. Creer que por
encima de esa persona no hay nadie. Aún más complicado, creerse el dueño del
Reino, el dueño de la Iglesia, el dueño de la misión.
Otros han llegado al extremo de
creer “Sin mí, esto no funciona”. El asunto no es que haya personas que se
creen con el poder, también existen grupos, movimientos, que piensan que el
apostolado de ellos es el válido, los demás no.
Una tentación que ha hecho tanto mal a nuestra Iglesia, es la “Tentación
del Poder”.
Para
poder vencer esa tentación del poder, es obligatorio llegar al convencimiento
de ¿Quién tiene el poder? La Escritura nos enseña que el poder viene de
Dios, que Dios mismo tiene el poder en su plenitud, que el poder que enseña
Dios se convierte en servicio, en calidad de vida humana. El poder siempre ha estado en aras del servicio y del bien de una
comunidad. Por ejemplo: Dios le dio al hombre el poder sobre la tierra y
animales, para que cuidara de esa gran obra. (cfr. Génesis 1, 26).
El gran Rey David recapitula esta
idea, explicando que Dios le encargó la obra ese poder. “Todo lo pusiste bajo
tus pies”. (Salmo 8) Dios le da el poder
a Moisés y lo convierte en el liberador de su pueblo Israel. (cfr. Éxodo 3,
7-10). El apóstol san Pablo nos aclara que Dios le da poderes a las personas,
talentos, siempre en aras del servicio. “Hay distintas formas de servir, pero
todos servimos al mismo Dios. Dios trabaja de maneras diferentes, pero es el
mismo Dios.” (cfr. 1 Corintios 12, 5-11).
Jesucristo
envía misioneros al mundo con el poder de servir. Es más, la identidad del
enviado es el servicio, no el poder. Por ejemplo: El más grande debe ser el
servidor. (Marcos 9, 35). Yo no vine a ser servido, sino a servir. (Mateo 20,
28) Nadie le puede servir a dos señores. (Mateo 6, 24).
Muchas mujeres se
pusieron al servicio del Evangelio. (Lucas 8, 1-3). El Papa Francisco afirma: “Si
se pierde la dimensión del servicio, el poder se transforma en arrogancia y se
convierte en dominio y atropello. En corrupción” (Audiencia, 24 de febrero,
2016).
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