1 de mayo 2024 “La fe es la virtud que nos realiza como cristianos. Catequesis. Vicios y virtudes. 17. La fe. Aula Pablo VI. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy
quisiera hablarles de la virtud de la fe. Como la caridad y la esperanza, esta
virtud se llama "teologal". Las
virtudes teologales son tres: fe, esperanza y caridad. ¿Por qué son
teologales? porque sólo podemos vivirlas gracias al don de Dios. Las tres
virtudes teologales son los grandes dones que Dios hace a nuestra capacidad
moral. Sin ellas, no podríamos ser prudentes, justos, fuertes y templados, pero
no tendríamos ojos que ven incluso en la oscuridad, no tendríamos un corazón
que ama incluso cuando no es amado, no tendríamos una esperanza que osa contra
toda esperanza.
¿Qué es la
fe? El Catecismo de la Iglesia Católica, nos explica que la fe es el acto por
el cual el ser humano se entrega
libremente a Dios (n. 1814). En esta fe, Abraham fue nuestro gran padre.
Cuando aceptó dejar la tierra de sus antepasados para dirigirse a la tierra que
Dios le mostraría, probablemente se le juzgó loco: ¿por qué dejar lo conocido
por lo desconocido, lo seguro por lo incierto? Pero, ¿por qué hacerlo? ¿Está
loco?
Pero Abraham
se pone en camino, como si viera lo invisible. Esto es lo que la Biblia dice de
Abraham: "Se puso en camino como si viera lo invisible". Esto es
hermoso. Y seguirá siendo lo invisible lo que le hace subir al monte con su
hijo Isaac, el único hijo de la promesa, que sólo en el último momento se
librará del sacrificio. Con esta fe, Abraham se convierte en el padre de una
larga estirpe de hijos. La fe le hizo
fecundo.
Hombre de
fe fue también Moisés, que, aceptando la voz de Dios incluso cuando más de una
duda podía asaltarlo, permaneció firme confiando en el Señor, e incluso
defendió al pueblo que tantas veces carecía de fe.
Mujer de fe
será la Virgen María, quien, al recibir el anuncio del Ángel, que muchos
habrían desechado por demasiado exigente y arriesgado, responde: "He aquí
la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra" (Lucas 1,38). Y con
el corazón lleno de fe, con el corazón lleno de confianza en Dios, María
emprende un camino del que no conoce ni la ruta ni los peligros.
La fe es la virtud que hace al cristiano. Porque ser cristiano no es ante
todo aceptar una cultura, con los valores que la acompañan, sino que ser
cristiano es acoger y custodiar un vínculo, un vínculo con Dios: Dios y yo; mi
persona y el rostro amable de Jesús. Este vínculo es lo que nos hace
cristianos.
A propósito de la fe, me viene a la
mente un episodio del Evangelio. Los discípulos de Jesús están cruzando el lago
y se ven sorprendidos por una tormenta. Creen que podrán salir adelante con la
fuerza de sus brazos, con los recursos de su experiencia, pero la barca
comienza a llenarse de agua y les entra el pánico (cfr. Marcos 4,35-41).
No se
dan cuenta de que tienen ante sus ojos la solución: Jesús está allí con ellos,
en la barca, en medio de la tormenta, y Jesús duerme, dice el Evangelio. Cuando
por fin lo despiertan, asustados e incluso enfadados porque creen que Él les
deja morir, Jesús les reprende: "¿Por
qué tienen miedo? ¿Todavía no tienen fe?" (Marcos 4,40).
He aquí,
pues, el gran enemigo de la fe: no es la
inteligencia, no es la razón, como por desgracia algunos siguen repitiendo
obsesivamente, sino que el gran enemigo de la fe es el miedo. Por eso, la fe es el primer don que hay que acoger en
la vida cristiana: un don que es preciso acoger y pedir cada día, para que se
renueve en nosotros. Aparentemente es un don pequeño, pero es el esencial.
Cuando nuestros padres nos llevaron a la pila bautismal, anunciaron el nombre
que habían elegido para nosotros, - esto sucedió en nuestro bautismo -: y luego
el sacerdote les preguntó: "¿Qué le
piden a la Iglesia de Dios?". Y nuestros padres respondieron: "¡La
fe, el bautismo!".
Para un padre cristiano, consciente
de la gracia que se le ha concedido, es ése el don que debe pedir también para
su hijo: la fe. Con ella, un padre sabe que, incluso en medio de las pruebas de
la vida, su hijo no se ahogará en el miedo. He aquí el enemigo es el miedo. Él
sabe también que, cuando deje de tener un padre en esta tierra, seguirá
teniendo a Dios Padre en el cielo, que nunca le abandonará. Nuestro amor es
frágil, y sólo el amor de Dios vence la
muerte.
Por supuesto, como dice el Apóstol,
la fe no es de todos (cfr. 2 Tesalonicenses 3,2), e incluso nosotros, que somos
creyentes, a menudo nos damos cuenta de que solo tenemos una pequeña reserva.
Jesús podría reprendernos con frecuencia, como a sus discípulos, por ser
"hombres de poca fe". Pero es el don más feliz, la única virtud que nos está permitido envidiar. Porque quien tiene
fe está habitado por una fuerza que no es sólo humana; en efecto, la fe
"suscita" en nosotros la gracia y abre la mente al misterio de Dios.
Como dijo una vez Jesús: «Si
tuvieran un poco de fe como un granito de mostaza, podrían decir a esa
morera:" Arráncate y plántate en el mar", y les obedecería.» (Lucas
17, 6). Por eso también nosotros, como los discípulos, repetimos: Señor,
¡aumenta nuestra fe! (cfr. Lucas 17,5) ¡Es una hermosa oración! ¿La decimos
todos juntos? "Señor, aumenta
nuestra fe". La decimos juntos: [todos] "Señor, aumenta nuestra
fe". Demasiado débil, un poco más alto: [todos] "¡Señor, aumenta
nuestra fe!". Gracias. Fuente e Imagen de Vatican. Va