Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
Pero los
discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaúm
y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: “¿De qué hablaban en el
camino?” Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el
más grande.
Entonces, sentándose, llamó a los
Doce y les dijo: “El que quiere ser el primero debe hacerse el último de todos
y el servidor de todos”.
Después,
tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: “El que
recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe
no es a mí al que recibe sino a Aquél que me ha enviado”. Marcos 9, 30-37.
Para
servirle a Dios es necesario ubicarse en una buena posición. El Maestro de
Nazareth recomienda el puesto de servidor en la comunidad. Al contrario,
existe una buena cantidad de personas que se han equivocado en la vivencia de
la fe, en el apostolado, porque piensan que servirle a Dios es estar en el
primer lugar o creer que es un privilegio.
Cuando un creyente
desea ser el primero, confunde la misión con el poder, con el dominio, con la
autosuficiencia. Esta segunda opción contradice todo el proyecto de Dios para
con la humanidad. Dios quiere un Reino donde todos nos comportemos como
hermanos y caminemos en la misma dirección.
El
Papa Francisco ha insistido suficientemente en que los católicos nos decidamos
a vivir nuestra fe, a cumplir nuestra misión, como una Iglesia Sinodal.
Precisamente la sinodalidad no permite personas soberbias, autosuficientes,
personas que descartan a los demás o clasifican a las personas. Dice el santo Padre: Sinodalidad significa
caminar juntos como pueblo de Dios.
Es la manera de escuchar a cada persona
individualmente. La sinodalidad nos
recuerda la obra del Espíritu Santo a través de nosotros, trabajando todos en
una misión común. En conclusión, nadie está por encima de los demás, todos
somos hermanos. El servicio es el
distintivo de la sinodalidad.
Jesucristo
propone el servicio como el mejor remedio para la soberbia, la vanagloria.
El Hijo de Dios restaura y sana la vida de las personas para el servicio. Cada
persona que recibe la bendición de Dios se convierte en un buen servidor para
la comunidad. (cfr. Marcos 1, 29-39).
San Agustín de Hipona aconsejaba: “Que ninguno sea perezoso en el
servicio divino”.
SI DESEAS ESCUCHAR EL AUDIO DE ESTA REFLEXIÓN
HAZ CLICK AQUÍ