16 de septiembre 2025.
“Amarlo y dejarnos amar de Dios”. Discurso Papa León XIV A los
participantes del capítulo general de la orden de san Agustín. Pontificio
Instituto Patrístico “Augustiniaum”. Queridos hermanos,
Me alegra estar aquí con ustedes con motivo de su Capítulo
General. Puedo decir que me siento como en casa y que también participo
internamente, con un espíritu de intercambio espiritual, en lo que están
viviendo estos días. Agradezco al Prior General que ha concluido su servicio y
saludo al Prior recién elegido: esta ardua tarea requiere la oración de todos,
¡no lo olvidemos!
El Capítulo General es una valiosa oportunidad para orar
juntos y reflexionar sobre el don recibido, sobre la relevancia del carisma
y también sobre los desafíos y las problemáticas que enfrenta la comunidad. Al
realizar diversas actividades, celebrar el Capítulo significa escuchar al
Espíritu, en cierto sentido análogo a lo que dijo nuestro Padre Agustín,
recordando la importancia de la interioridad en el camino de la fe: «No
salgas de ti mismo, vuelve a ti mismo: la verdad habita en el hombre interior»
(De vera religione, 39, 72).
Por otro lado, la interioridad no es una evasión de nuestras
responsabilidades personales y comunitarias, de la misión que el Señor nos ha
confiado en la Iglesia y en el mundo, ni de las urgencias y problemas. Nos
refugiamos en nosotros mismos para resurgir aún más motivados y entusiastas en
nuestra misión. Reflexionar en nosotros mismos renueva nuestro impulso
espiritual y pastoral: volvemos a la fuente de la vida religiosa y la
consagración, para poder ofrecer luz a quienes el Señor pone en nuestro camino.
Redescubrimos nuestra relación con el Señor y con nuestros hermanos y hermanas
en nuestra familia religiosa, porque desde esta comunión de amor podemos
inspirarnos y afrontar mejor las cuestiones de la vida comunitaria y los
desafíos apostólicos.
En este contexto, tras una amplia y compartida reflexión que
han llevado a cabo a lo largo de los años, se centran en algunos temas que
quisiera recordar brevemente.
Primero, un tema fundamental: las vocaciones y la
formación inicial. Me gusta recordar la exhortación de san Agustín: «Ama lo
que serás» (Sermón 216, 8). Me parece un consejo valioso, sobre todo para
evitar el error de imaginar la formación religiosa como un conjunto de reglas
que observar o cosas que hacer, o incluso como una prenda confeccionada que se
pone pasivamente. Sin embargo, en el centro de todo está el amor.
La vocación cristiana, y en particular la vocación
religiosa, nace solo cuando se siente la atracción de algo grande, un amor que
puede alimentar y saciar el corazón. Por lo tanto, nuestra primera
preocupación debería ser ayudar, especialmente a los jóvenes, a vislumbrar la
belleza de la llamada y a amar lo que, al abrazar la vocación, pueden
llegar a ser. La vocación y la formación no son realidades preestablecidas: son
una aventura espiritual que abarca toda la historia de la persona y, ante todo,
una aventura de amor con Dios.
El amor, que, como sabemos, Agustín situó en el centro de su
búsqueda espiritual, es también un criterio fundamental para el estudio
teológico y la formación intelectual. Para conocer a Dios, nunca es posible
alcanzarlo solo mediante la razón y una serie de intuiciones teóricas. Se
trata, ante todo, de dejarnos maravillar por su grandeza, de cuestionarnos a
nosotros mismos y el significado de las cosas que suceden para seguir las
huellas del Creador, y sobre todo de amarlo y dejarnos amar.
A quienes
estudian, Agustín sugiere generosidad y humildad, que surgen precisamente del
amor: la generosidad de compartir la propia investigación con otros, para que
beneficie su fe; la humildad de evitar la vanagloria de quienes buscan el
conocimiento por sí mismo, sintiéndose superiores a los demás por poseerlo.
Al mismo tiempo, el don inefable de la caridad divina es
a lo que debemos aspirar si deseamos vivir plenamente la vida comunitaria y
la actividad apostólica, compartiendo nuestros bienes materiales, humanos y
espirituales. Recordemos la eficacia de la enseñanza de nuestra Regla: «Así
como se alimentan de un solo depósito, así también se visten de un mismo
armario» (Regla, 30). Permanezcamos fieles a la pobreza evangélica y
asegurémonos de que se convierta en el criterio para vivir todo lo que
somos y tenemos, incluyendo nuestros medios y estructuras, al servicio de
nuestra misión apostólica.
Finalmente, no olvidemos nuestra vocación misionera. Desde
la primera misión en 1533, los Agustinos han proclamado el Evangelio en muchas
partes del mundo con pasión y generosidad, cuidando de las comunidades
cristianas locales, dedicándose a la educación y la enseñanza, ayudándose con
los pobres y realizando obras sociales y caritativas.
Este espíritu
misionero no debe extinguirse, pues es muy necesario incluso hoy. Los insto
a reavivarlo, recordando que la misión evangelizadora a la que todos estamos
llamados exige el testimonio de una alegría humilde y sencilla, la disposición
al servicio y la participación en la vida de las personas a las que somos
enviados.
Queridos amigos, espero que continúen la labor del Capítulo
con alegría fraterna y con un corazón abierto a las inspiraciones del Espíritu.
Rezo por ustedes, para que la caridad del Señor inspire sus pensamientos y
acciones, convirtiéndolos en apóstoles y testigos del Evangelio en el mundo.
Que la Virgen María y San Agustín intercedan, y que la bendición apostólica los
acompañe. Fuente: Vatican. Va.
