21 de septiembre 2025. EL IMPERIO DEL RIDÍCULO Y DE LA
INDECENCIA. Autor: Padre Mario García Isaza c.m Correo: magarisaz@hotmail.com
Formador Seminario Mayor, Arquidiócesis de Ibagué.
Nuestra sociedad, con la pretensión de liberarse de
condicionamientos y rigideces, se ha ido deslizando, por una lastimosa
pendiente, desde la etiqueta, la elegancia, la finura, la distinción, el
decoro, las buenas maneras, hacia la ordinariez, la chabacanería, la
rusticidad, la zafiedad, la indecencia. Y eso en todos los terrenos.
En el lenguaje, en el porte, en el trato interpersonal, en
el modo de presentarse, en la manera de estar ante los demás, sean ellos
superiores o inferiores. Cuánto se valoraban antaño la buena educación, el
recato, la urbanidad, la limpieza y decencia, el señorío en actitudes y
comportamientos, la discreción y prudencia en el lenguaje, el respeto, el deber
de dar buen ejemplo… Y esa degradación de que hablo, ha afectado de modo
ineluctable todas las manifestaciones de la vida social.
Reconozco que era bueno liberarnos de ciertas tiesuras, de
normas excesivamente exigentes, que hacían la vida y las relaciones demasiado
acartonadas, cuadriculadas, postizas inclusive; que le restaban a nuestro
comportamiento esa dosis conveniente de espontaneidad, de libertad, de
sencillez, de naturalidad y de frescura. Era bueno, sí, expurgar el manual de
urbanidad de Carreño de muchas quisquillas innecesarias y demasiado formales y
hasta melindrosas.
Pero nunca hubiéramos debido caer en ese reino de la
sordidez y de la indecencia a que hemos llegado. So pretexto de
espontaneidad y desenvoltura, hemos caído, y no nos ruborizamos, en la
procacidad, en lo vulgar, en la grosería, en la patanería, en el empleo de un
lenguaje cazurro y desaliñado, en comportamientos cerriles y aplebeyados.
Cuando uno piensa en esta realidad, vienen a la mente las
añoranzas que le hacen decir al poeta de la tierra, Robledo Ortiz: “¡Siquiera
se murieron los abuelos sin contemplar el vergonzoso eclipse!”. O las
atinadas recomendaciones del “hidalgo de los de lanza en astillero”, de
Cervantes, a su rústico escudero: “Primeramente…has de temer a Dios, porque en
el temerle está la sabiduría…Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres,
procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que
puede imaginarse…
En lo que toca a cómo has de gobernar tu persona…. lo
primero que te encargo es que seas limpio y que te cortes las uñas… No
andes…desceñido y flojo, que el vestido descompuesto da indicios de ánimo
desmazalado, si ya la descompostura y flojedad no cae debajo de socarronería…”
El decoro y la
decencia, son exigibles a todos; a cada uno de acuerdo con la edad, con la
educación que ha recibido, con el rol que juega en la comunidad, con u status personal.
Por ende, nadie está
más obligado a la mesura, a las buenas maneras, al respeto, al decoro, a ser
ejemplo digno de imitar, que aquellos que fungen como gobernantes, que
están puestos al frente de una comunidad humana para regirla y orientarla. Y siendo esto así, como lo es sin duda, duele
y abochorna el diario comportamiento del personaje que hoy nos desgobierna.
Yo no sé si el señor Petro será consciente del grado de
bajeza a que llegan sus afirmaciones, de las lamentables muestras de ignorancia
que afloran en muchas de sus intervenciones, del espectáculo de rusticidad,
cuando no de verdadera villanía e indecencia, que ofrece con sus actuaciones, de
la gravedad de las ofensas con que lastima la dignidad de las mujeres, de la
desfachatez con que hace el ridículo ante propios y extraños, de la inmensa
gravedad del mal ejemplo que constituye su vida.
Duele y abochorna, he dicho; porque si solo fuesen sus
increíbles incoherencias mentales, las paparruchas con que se despacha cuando,
probablemente bajo los efectos de quién sabe qué café en leche…, nos hace
recordar las retahílas del inmortal Cantinflas… si solo fuera escucharle decir
que él “sí lee la Biblia” y por eso sabe
que Abraham era el papá de Caín y Abel…o que para tornar en bueno algo malo
basta quitarle la i a la palabra ilícito … o que él va a esparcir el virus de
la vida por los espacios siderales …
¡vaya y venga! , simplemente reiríamos a carcajadas; pero es
que se trata de que sus tonterías y también sus insolencias, sus desvaríos, sus
ofensas, sus atentados no solo contra el más elemental buen gusto sino contra
la verdad, contra la ética, contra el respeto a los otros, contra las
normas del buen gobierno, se dan en escenarios y en momentos en que ejerce la
autoridad que en mala hora la patria puso sobre sus hombros. Con sobrada razón
afirma el doctor Juan José Gómez, en reciente artículo, que el gobierno de
Petro “es una degradación institucional que rebaja a Colombia, tanto en el
interior como en el exterior”.
Tenemos - ¡sufrimos! -
a un gobernante maleducado, palurdo, que no solo hace el ridículo sino
que incide en verdaderos horrores contra la decencia en el hablar y el actuar.
Y como su permanencia en el cargo depende de una comisión parlamentaria – la de
acusaciones…- que definitivamente ha prevaricado, nos quedan todavía largos
once meses de esta tragedia; pero es importante que desde ahora nos preparemos
para impedir la posibilidad de que Colombia siga precipitándose hacia el abismo
de descomposición hacia el que nos estamos despeñando.
Es necesario que los dirigentes que profesan ideas y tienen
convicciones diametralmente distintas a las del actual desgobierno, renuncien
por fin a esa rebatiña grotesca en que están, abandonen la deplorable batalla
en que se han engolfado, dejen esa triste defensa de egos y personalismos
ambiciosos, piensen en el bien de Colombia, se despojen de ambiciones
personales, y se unan para proponer el nombre de alguien que pueda enfrentar
con seguridad de triunfo al candidato o los candidatos que pudieran,
-¡Dios nos ampare!
– dar continuidad al catastrófico proceso de ridiculez e indecencia en que se
nos ha metido. Es necesario que todos los buenos colombianos, los que
sabemos de cierto que “en Dios vivimos, nos movemos y existimos”,
intensifiquemos nuestras oraciones por la patria amada, y sigamos actuando,
cada cual desde su puesto en la sociedad, en defensa de los valores que nutren
nuestra vida personal y social.