10 de septiembre 2025. “En la Cruz, Jesús no muere en silencio” La Pascua de Jesús. Audiencia Papa León XIV Plaza de san Pedro.
Queridos hermanos y hermanas:
Buenos días y gracias por vuestra presencia, ¡un hermoso
testimonio!
Hoy contemplamos la cumbre de la vida de Jesús en este
mundo: su muerte en la cruz. Los Evangelios recogen un detalle muy valioso, que
merece ser contemplado con la inteligencia de la fe. En la cruz, Jesús no
muere en silencio.
El grito de Jesús va precedido por una pregunta, una de las
más lacerantes que se pueden pronunciar: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?». Es el primer versículo del Salmo 22, pero en los labios de Jesús
adquiere un peso único. El Hijo, que siempre ha vivido en íntima comunión
con el Padre, experimenta ahora el silencio, la ausencia, el abismo. No se
trata de una crisis de fe, sino de la última etapa de un amor que se entrega
hasta el fondo. El grito de Jesús no es desesperación, sino sinceridad, verdad
llevada al límite, confianza que resiste incluso cuando todo calla.
El centurión, un pagano, lo entiende. No porque haya
escuchado un discurso, sino porque vio morir a Jesús en ese modo:
«Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Marcos 15, 39). Es la primera
profesión de fe después de la muerte de Jesús. Es el fruto de un grito que no
se dispersó en el viento, sino que tocó un corazón. A veces, lo que no somos
capaces de decir con palabras lo expresamos con la voz. Cuando el corazón
está lleno grita. Y esto no siempre es una señal de debilidad, puede ser un
profundo acto de humanidad.
Queridos hermanos y hermanas, aprendamos también esto del
Señor Jesús: aprendamos el grito de la esperanza cuando llega la hora de la
prueba extrema. No para herir, sino para encomendarnos. No para gritar contra
alguien, sino para abrir el corazón. Si nuestro grito es verdadero, podrá
ser el umbral de una nueva luz, de un nuevo nacimiento.
Como para Jesús:
cuando todo parece acabado, en realidad, la salvación estaba a punto de
iniciar. Si se manifiesta con la confianza y la libertad de los hijos de Dios,
la voz sufriente de nuestra humanidad, unida a la voz de Cristo, se puede
convertir en fuente de esperanza para nosotros y para quien está a nuestro
lado. Fuente e Imagen de Vatican. Va.