14 de septiembre 2025. “Dios nos salvó mostrándose a
nosotros” Ángelus Regina Coeli Papa León XIV. Plaza de san Pedro.
Queridos hermanos y hermanas, feliz domingo.
¿Pero qué quiere decir para nosotros celebrar hoy esta
fiesta? Nos ayuda a comprenderlo el Evangelio que la liturgia nos propone (cf.
Juan 3, 13-17).
La escena se desarrolla de noche, Nicodemo, uno de los jefes
de los judíos, persona recta y de mente abierta (cf. Juan 7, 50-51), va a
encontrar a Jesús. Tiene necesidad de luz, de guía, busca a Dios y pide ayuda
al Maestro de Nazaret, porque en Él reconoce un profeta, un hombre que
cumple signos extraordinarios.
El Señor lo acoge, lo escucha, y al final le revela que
el Hijo del hombre debe ser ensalzado, «para que todos los que creen en Él
tengan Vida eterna» (Juan 3, 15), y añade: «Dios amó tanto al mundo, que
entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que
tenga Vida eterna» (v. 16). Nicodemo, que quizás en ese momento no comprende
plenamente el sentido de estas palabras, podrá de seguro hacerlo cuando,
después de la crucifixión, ayudará a sepultar el cuerpo del Salvador (cf. Juan
19, 39). Comprenderá entonces que Dios, para redimir a los hombres, se hizo
hombre y murió en la cruz.
Jesús habla de esto con Nicodemo, evocando un episodio del
Antiguo Testamento (cf. Números 21, 4-9), cuando en el desierto los israelitas,
atacados por serpientes venenosas, se salvan mirando la serpiente de bronce que
Moisés, obedeciendo al mandato de Dios, había fabricado y colocado sobre un
asta. Dios nos salvó mostrándose a nosotros, ofreciéndose como nuestro
compañero, maestro, médico, amigo, hasta hacerse por nosotros Pan partido
en la Eucaristía. Y para cumplir esta obra se sirvió de uno de los instrumentos
de muerte más cruel que el hombre haya jamás inventado: la cruz.
Por esto hoy nosotros celebramos su “exaltación”, lo hacemos
por el amor inmenso con el que Dios, abrazándola para nuestra salvación, la
transformó de medio de muerte a instrumento de vida, enseñándonos que nada
puede separarnos de Él (cfr. Romanos 8, 35-39) y que su caridad es más grande
que nuestro mismo pecado (cfr. Francisco, Catequesis, 30 marzo 2016).
Pidamos ahora, por la intercesión de María, la Madre
presente en el Calvario junto a su Hijo, que también en nosotros se arraigue y
crezca su amor que salva, y que también nosotros sepamos donarnos los unos a
los otros, como Él se ha donado enteramente a todos. Fuente: Vatican. Va.