22 de septiembre 2024. “El verdadero poder no está en el dominio de los fuertes”. Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. Plaza de san Pedro. Queridos hermanos y hermanas ¡Buen domingo!
Hoy el
Evangelio de la liturgia (Marcos 9, 30-37) nos habla de Jesús, que anuncia lo
que ocurrirá al final de su vida: «El Hijo del hombre –dice Jesús– va a ser
entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres
días resucitará» (v. 31).
Pero los
discípulos, mientras siguen al Maestro, tienen otra cosa en la cabeza y en los
labios. Cuando Jesús les pregunta de qué estaban hablando, no responden.
Prestemos atención a este silencio: los discípulos callan porque discutían
sobre quién era el más grande (cf. v. 34). Callaron por vergüenza.
¡Qué
contraste con las palabras del Señor! Mientras
Jesús les confiaba a ellos el sentido de su propia vida, estos hablaban de
poder. Y así ahora la vergüenza les cierra la boca, como antes el orgullo había
cerrado su corazón.
Y, sin
embargo, Jesús responde abiertamente a sus discursos susurrados a lo largo del
camino: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor
de todos» (cf. v. 35). ¿Quieres ser
grande? Hazte pequeño, ponte al servicio de todos.
Con una
palabra tan sencilla como decisiva, Jesús renueva nuestro modo de vivir. Nos
enseña que el verdadero poder no está en
el dominio de los más fuertes, sino en el cuidado de los más débiles. El
verdadero poder está en cuidar a los más débiles. Esto te hace grande.
He aquí por
qué el Maestro en ese momento llama a un niño, lo coloca entre los discípulos y
lo abraza diciendo: «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a
mí» (v. 37). El niño no tiene poder: el niño tiene necesidad. Cuando cuidamos
al hombre, reconocemos que el hombre siempre necesita vida.
Nosotros,
todos nosotros, estamos vivos porque hemos sido acogidos, pero el poder nos
hace olvidar esta verdad: Tú estás vivo porque has sido acogido. Entonces nos convertimos en dominadores, no
servidores, y los primeros que sufren son precisamente los últimos: los
pequeños, los débiles, los pobres.
Hermanos y
hermanas, ¡Cuántas personas, ¡cuántas, sufren y mueren por las luchas de poder!
Son vidas que el mundo rechaza, como rechazó a Jesús, esas que no entran allí y
mueren.
Cuando fue
entregado en manos de los hombres, Él no
encontró un abrazo, sino una cruz. Sin embargo, el Evangelio sigue siendo
palabra viva y llena de esperanza: Aquel que fue rechazado resucitó, ¡es el
Señor!
Entonces, este bello domingo podemos preguntarnos: ¿Sé reconocer el rostro de Jesús en los más pequeños? ¿Cuido del
prójimo, sirviendo con generosidad? ¿Y agradezco a los que cuidan de mí?
Recemos juntos a María, para estar como ella libres de la vanagloria y
preparados para servir. Fuente:
Aciprensa.