Evangelio jueves 26 de septiembre
2024
Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
Pero
Herodes decía: “A Juan lo hice decapitar. Entonces, ¿quién es éste del que oigo
decir semejantes cosas?” Y trataba de verlo.” Lucas 9, 7-9.
¿Por
qué es tan importante hablar de la identidad de Jesucristo? Las respuestas
pueden ser varias: La manera de hablar de Jesús de Nazareth supera la cantidad
de predicadores que habían conocido en Israel. El Hijo de Dios acompaña su
sabiduría y su forma de predicar con el testimonio y las buenas obras. Para
poder identificarse con el Nazareno se hace necesario escuchar y discernir su
Palabra y sus obras.
La
hermenéutica de la Escritura nos permite discernir la identidad del Salvador
del mundo. Jesús no es Juan el Bautista. La obra de Juan y del Maestro cada
una tiene su propia identidad. Juan es el precursor (Hechos 13, 24) y el Mesías
es el que debía venir al mundo. Jesucristo no es el profeta Elías, ni uno de
los antiguos profetas. Jesucristo es el profeta por excelencia. En el misterio
de la transfiguración (Mateo 17, 1-8) aparecen Elías y Moisés cumpliendo cada
cual su misión.
Identificar
al Maestro en su ser y en su misión, define propiamente el éxito de un futuro
discípulo del Señor. Juan el Bautista no cayó en la trampa y no se atribuyó
una identidad y unas funciones que no le correspondían. Por eso afirma con
transparencia y sencillez: “Viene el que puede más que yo, y no merezco
desatarle la correa de sus sandalias”. (Lucas 3, 16).
El apóstol san Pablo enseña que el secreto de
la vida cristiana está en identificar y tener Fe en el Hijo de Dios: La fe en el Señor, la identidad
con su Santa Palabra y con su ser, se convierten para Pablo en motivo
esperanzador de la nobleza del alma y la unidad de la comunidad: “Hermanos, hay
que estar siempre alegres. Lo repito, hay que estar siempre alegres, muestren a
todo el mundo su amabilidad.”. (Filipenses 4, 4-8).
El
Papa Francisco nos recuerda: “Jesús pronuncia una profecía que revela su
identidad e indica el camino para conocerlo verdaderamente: “Ha llegado la
hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”. ¡Es la hora de la Cruz! Es la
hora de la derrota de Satanás, príncipe del mal, y del triunfo definitivo del
amor misericordioso de Dios”. (cfr. Homilía, 22 de marzo, 2015).
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