Evangelio lunes 23 de septiembre
2024
Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
Jesús dijo
a la muchedumbre: «Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la
pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que
entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada
secreto que no venga a ser conocido y descubierto. Mirad, pues, cómo oís;
porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le
quitará». Lucas 8, 16-18.
No
permitir que el miedo invada los sentimientos, los afectos, la conciencia, las
nuevas experiencias que la vida va brindando a nuestro ser es la
recomendación del Hijo de Dios para la humanidad. Una buena forma para derrotar
el miedo puede ser interrogarnos de la siguiente manera: ¿Para qué sirve el
miedo? Buena pregunta que merece su respuesta.
Los psicólogos
enseñan que el miedo es una emoción
demasiado desagradable, limita nuestras virtudes y cualidades, nos hace
sentir indefensos, no nos permite avanzar hacia el éxito en nuestra vida.
Sinceramente el miedo no tiene validez,
tampoco tiene utilidad, no es medio para conseguir o adquirir algo nuevo en
nuestra personalidad.
En la historia de la salvación
consignada en la Sagrada Escritura, Dios
no recomienda el miedo. Al contrario, propone un medio para superar el miedo.
Dice el creador: No tengas miedo, yo estoy contigo. No te angusties, yo estoy
contigo. Te voy a ayudar, te voy a sostener, te llevaré hasta la victoria”.
(Isaías 41, 10). Debemos aprender a
vivir pensando que cada día tiene su propio afán, sus propias dificultades.
(cfr. Mateo 6, 33-34).
Superamos el miedo cuando ponemos más nuestra
confianza en Dios y menos en nuestras propias fuerzas. (cfr. Salmo 121). Si
Dios está conmigo, si Dios es mi fortaleza, si Dios es quien me da la sabiduría
para enfrentar mi vida, ¿qué podrá hacerme un mortal? (cfr. Salmo 118).
El
Papa Benedicto XVI enseña a no tener miedo y cambiarlo por la valentía: “Tened
la valentía de usar vuestros talentos y dones al servicio del Reino de Dios
y de entregaros vosotros mismos, como la cera de la vela, para que el Señor
ilumine la oscuridad a través de vosotros. Tened la osadía de ser santos
brillantes, en cuyos ojos y corazones reluzca el amor de Cristo, llevando así
luz al mundo”. (Homilía, 24 de septiembre, 2011).
La historia
nos regala una excelente recomendación: “No
te compares con nadie, ten la cabeza en alto y recuerda: no eres ni mejor
ni peor, simplemente eres tú y eso nadie lo puede superar”.
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