Evangelio sábado 28 de septiembre
2024
Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
“Mientras
todos se admiraban por las cosas que hacía, Jesús dijo a sus discípulos:
“Escuchen bien esto que les digo: El Hijo del hombre va a ser entregado en
manos de los hombres”. Pero ellos no entendían estas palabras: su sentido les
resultaba oscuro, de manera que no podían comprenderlas, y temían interrogar a
Jesús acerca de esto.” Lucas 9, 43b-45.
Asumir
la misión con todas sus consecuencias no es fácil. Los problemas, las
dificultades, las críticas, la persecución, la envidia, el odio, no se
comprenden sino desde el camino de la Cruz, del sacrificio y la perseverancia.
El Hijo de Dios enseña a sus seguidores el lado no amable de la misión. El
Nazareno lo asume desde la pasión y la muerte. El futuro apóstol deberá
aprender el dolor y el sufrimiento en el camino de la misión.
Todo
dolor que soportamos desde ahora, toda la lucha a favor de la vida, toda la
persecución por causa de la justicia, todo el dolor de parto, es semilla
del Reino que va a llegar. Los que lloran, son los que tienen valor ante el
sufrimiento, el dolor, el fracaso. Saben llevar la Cruz de la vida con
generosidad, con entereza. No se
acobardan ante las dificultades.
Dolor,
sufrimiento y angustia hacen parte de la misión. El Nazareno nos enseña el
valor del dolor. Espíritu de dolor, espíritu de sufrimiento, espíritu de
conquista, espíritu de salvación, espíritu de patriotismo. El dolor se
transforma en gloria y esperanza por la fuerza del amor. Cuando contemplamos a
Cristo crucificado, descubrimos la extraordinaria riqueza que emana del madero
de la cruz, con un solo objetivo, el bien de cada uno de nosotros.
San Juan Pablo II nos enseñó el valor del
dolor. Nos recuerda la experiencia de Job en la historia de la salvación: “este
hombre justo, que sin ninguna culpa propia es probado por innumerables
sufrimientos. Pierde sus bienes, los hijos e hijas, y finalmente él mismo
padece una grave enfermedad.” él es
consciente de no haber merecido tal castigo, más aún, expone el bien que ha
hecho a lo largo de su vida.
Al final Dios mismo reprocha a los amigos de Job por sus acusaciones y
reconoce que Job no es culpable. El suyo es el sufrimiento de un inocente; debe
ser aceptado como un misterio que el hombre no puede comprender a fondo con su
inteligencia.” (Carta Apostólica, Salvifici Doloris, 10-11).
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