24 de noviembre 2024. “Acusaciones, consensos y verdad” Homilía Papa Francisco. Jornada mundial de la juventud. Plaza de san Pedro. Hermanos, Hermanas: Al final del año litúrgico, la Iglesia celebra la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey, Rey del Universo. Nos invita a mirarlo a Él, a mirar al Señor, principio y fin de todas las cosas (cfr. Colosenses 1, 16-17), cuyo «reino no será destruido» (Daniel 7, 14).
Es una
contemplación que eleva y entusiasma. Pero si miramos a nuestro alrededor, lo
que vemos se muestra diferente, y pueden surgir en nosotros preguntas
inquietantes. ¿Qué decir de las guerras, la violencia, los desastres
ecológicos?
¿Y qué
pensar de los problemas que también ustedes, queridos jóvenes, deben afrontar
mirando hacia el futuro, como la precariedad del trabajo, la incertidumbre
económica —y no sólo eso—, las divisiones y las desigualdades que polarizan la
sociedad? ¿Por qué sucede todo esto? ¿Y qué podemos hacer para que no nos
destruya? Es verdad, estas son interrogantes difíciles, pero son preguntas
importantes.
Por eso
hoy, mientras en todas las Iglesias celebramos la Jornada Mundial de la
Juventud, yo quisiera proponerles especialmente a ustedes jóvenes, a la luz de
la Palabra de Dios, que reflexionemos sobre tres aspectos, que pueden ayudarnos
a avanzar con valentía en nuestro camino, afrontando los desafíos que
encontramos. Estos son: las acusaciones,
la necesidad de consensos y la verdad —las acusaciones, la necesidad de
consensos y la verdad—.
El primero, las acusaciones. El Evangelio de
hoy nos presenta a Jesús en la posición del imputado (cf. Juan 18, 33-37). Está, como se
dice, “en el banquillo de los acusados”, en el tribunal. Quien lo interroga es
Pilato, el representante del Imperio Romano, en quien podemos ver simbolizados
todos los poderes que en la historia oprimen
a los pueblos con la fuerza de las armas. Jesús no le interesa a Pilato.
Pero sabe
que la gente lo sigue, lo considera un guía, un maestro, el Mesías, y por eso
el procurador no puede permitir que alguien cause desorden y turbación en la
“paz militarizada” de su distrito. Por eso complace a los enemigos poderosos de
este profeta indefenso; lo procesa y amenaza con condenarlo a muerte. Y Él, que
siempre predicó la justicia, la misericordia y el perdón, no tiene miedo, no se
deja atemorizar, ni tampoco se rebela; Jesús
permanece fiel a la verdad que ha anunciado, fiel hasta llegar al sacrificio de
su propia vida.
Queridos jóvenes,
quizás a veces también a ustedes les pueda suceder de ser puestos “bajo
acusación” por el hecho de seguir a Jesús. En la escuela, entre los amigos, en
los ambientes que frecuentan, puede haber quien quiera hacerles sentir
fracasados porque se mantienen fieles al Evangelio y a sus valores, porque no
se amoldan, no se resignan a actuar como todos los demás.
Ustedes, sin embargo,
no tengan miedo de las “condenas”, no se
preocupen; antes o después, las críticas y las acusaciones falsas caen y los
valores superficiales que las sostienen se revelan por lo que son,
ilusiones. Queridas jóvenes y queridos jóvenes, estén alertas a no dejarse
embriagar por las ilusiones. Por favor sean concretos, la realidad es concreta,
cuídense de las ilusiones.
Lo que permanece,
como Cristo nos enseña, es otra cosa:
son las obras del amor. Esto es lo que queda y lo que embellece la vida. Lo
demás no tiene importancia —[sólo] el amor que se concretiza en las obras—. Por
eso, les repito: no tengan miedo de las
“condenas” del mundo. ¡Sigan amando! Pero amando a la luz del Señor, a dar
la vida para ayudar a los demás.
Y llegamos
al segundo punto: la necesidad de
consensos. Jesús afirma: «Mi realeza no es de este mundo» (Juan 18, 36).
¿Qué quiere decir Jesús con esto de “mi realeza no es de este mundo”? ¿Por qué
no actúa para asegurarse el éxito, para ganarse a los poderosos, para obtener
apoyo a favor de su programa? ¿Por qué no actúa así? ¿Cómo puede pensar en
cambiar las cosas siendo un “derrotado”? En realidad, Jesús se comporta de ese modo porque rechaza toda lógica de poder
(cfr. Marcos 10, 42-45). ¡Jesús es libre de todo esto!
Y también a
ustedes, queridos jóvenes, les hará bien seguir su ejemplo, no dejándose
contagiar por el afán —hoy tan difundido—, el afán de obtener reconocimiento,
aprobación y elogio. Quien se deja
llevar por estas fijaciones, termina viviendo en la angustia; se reduce a
“abrirse paso a codazos”, a competir, fingir, hacer concesiones, traicionar los
propios ideales con tal de tener un poco de aceptación y visibilidad. Por favor
tengan cuidado con esto, su dignidad no
está a la venta, no es algo que se vende. Estén alertas.
Sin
embargo, Dios los ama tal como son —no
por lo que aparentan—; ante Él sus sueños puros valen más que el éxito y la
fama —valen más—, y la sinceridad de sus intenciones vale más que los
consensos. No se dejen engañar por quienes, engatusándolos con vanas promesas,
en realidad quieren manipularlos, condicionarlos, usarlos para sus propios
intereses. Cuídense del utilitarismo,
tengan cuidado de no dejarse condicionar. Sean libres, pero con una
libertad en armonía con su propia dignidad. No se conformen con ser “estrellas
por un día”, estrellas en las redes sociales o en cualquier otro contexto.
Recuerdo en
una ocasión a una joven de mi tierra que quería hacerse notar —era bonita— y
para andar a una fiesta se maquillo por completo. Yo pensaba: “Después del
maquillaje, ¿qué es lo que queda?” No
maquillen el alma, no maquillen el corazón. Sean así como son: sinceros,
transparentes. No sean “estrellas por un
día”, ni en las redes sociales, ni en cualquier otro contexto.
El cielo en
el que están llamados a brillar es más grande: es el cielo del amor, es el
cielo de Dios, donde el amor infinito del Padre se refleja en tantas pequeñas
luces: en el afecto fiel de los esposos, en la alegría inocente de los niños,
en el entusiasmo de los jóvenes, en el cuidado de los ancianos, en la
generosidad de los consagrados, en la caridad hacia los pobres, en la
honestidad del trabajo.
Piensen en
estas cosas, que son las que los harán fuertes a todos ustedes jóvenes. Estas
pequeñas luces: el afecto fiel de los esposos —es algo bello—, en la alegría
inocente de los niños —esta es una alegría muy bonita—, el entusiasmo de los
jóvenes —sean entusiastas, todos ustedes—, el cuidado de los ancianos —una
pregunta, ¿ustedes cuidan a los ancianos? Vayan a encontrar a los abuelos, sean
generosos con su vida—, la caridad hacia los pobres, en la honestidad del
trabajo.
Este es el verdadero
firmamento, en el que deben resplandecer como astros en el mundo (cf.
Filipenses 2, 15). Y por favor no
escuchen a quienes, mintiendo, les dicen lo contrario. No son los consensos los
que salvan al mundo, ni los que dan felicidad, lo que salva al mundo es la
gratuidad del amor. El amor no se compra, no se vende: es gratuito, es donación
de sí mismo.
Y llegamos
así al tercer punto: la verdad. Cristo
vino al mundo «para dar testimonio de la verdad» (Juan 18,37), y lo hizo
enseñándonos a amar a Dios y a los hermanos (cf. Mateo 22, 34-40; 1 Juan
4,6-7). Sólo ahí, en el amor, es donde encuentra luz y sentido nuestra
existencia (cf. 1 Juan 2, 9-11). De otro modo, permanecemos prisioneros de una
gran mentira.
¿Cuál es esa gran mentira?
La del “yo” que se basta a sí mismo (cf. Génesis 3 ,4-5), y es raíz de toda
injusticia e infelicidad. El “yo” que se basta a sí mismo: “yo”, “mío”,
“conmigo”; siempre es el “yo” sin la capacidad de ver a los demás, de conversar
con los demás. Tengan cuidado de esta
enfermedad del “yo” que se basta a sí mismo.
Cristo, que
es el camino, la verdad y la vida (crf. Juan 14,6), despojándose de todo y
muriendo desnudo en la cruz por nuestra salvación, nos enseña que sólo en el amor podemos también nosotros
vivir, crecer y florecer en nuestra plena dignidad (cfr. Efesios 4,15-16).
De lo contrario, como escribía a un amigo el beato Pier Giorgio Frassati —un
joven como ustedes— ya no se vive, sino que se “va tirando” (cf. Carta a
Isidoro Bonini, 27 febrero 1925). Nosotros queremos vivir, no ir tirando, y por
eso nos esforzamos por testimoniar la verdad en la caridad, amándonos como
Jesús nos ha enseñado (cfr. Juan 15,12).
Hermanas y
hermanos, no es verdad, como algunos
piensan, que los acontecimientos del mundo se “le han ido de las manos” a Dios.
No es verdad que la historia la hacen los violentos, los prepotentes, los
orgullosos. Muchos males que nos afligen son obra del hombre, engaño del
Maligno, pero todo será sometido, al final, al juicio de Dios. Los que
destruyen a la gente, que provocan las guerras, ¿con qué cara se presentarán
delante del Señor? “¿Por qué has provocado esa guerra? ¿Por qué has asesinado?”
Y, ¿qué responderán ellos? Pensemos en esto y también en nosotros mismos.
Nosotros no
provocamos la guerra, nosotros no asesinamos, pero he hecho esto, esto y esto.
Cuando el Señor nos diga: ¿Por qué has hecho esto?, ¿por qué has sido injusto
en esto?, ¿por qué has gastado este dinero en tu vanidad? También a nosotros,
el Señor nos cuestionará sobre estas cosas. El Señor nos deja libres, pero no
nos deja solos. Aun corrigiéndonos cuando caemos, nunca deja de amarnos y, si
se lo permitimos, no deja de levantarnos, para que podamos continuar el camino.
Al
finalizar esta Eucaristía, los jóvenes portugueses confiarán los símbolos de la
Jornada Mundial de la Juventud a los jóvenes coreanos: la Cruz y el icono de María
Salus Populi Romani. También este es un signo; una invitación, para todos
nosotros, a vivir y llevar el Evangelio a todos los confines de la tierra, sin
detenernos y sin desanimarnos, levantándonos después de cada caída y sin dejar
nunca de esperar, pues como dice el Mensaje de esta Jornada: “Los que esperan en el Señor caminan sin
cansarse” (cf. Isaías 40,31).
Ustedes, jóvenes coreanos, recibirán la cruz
del Señor, cruz de vida, signo de victoria. La recibirán junto con la Madre. Es
María quien nos lleva siempre hacia Jesús; es María quien en los momentos
difíciles está junto a nuestra Cruz para ayudarnos, porque ella es Madre, ella
es mamá. Ella es nuestra Madre. Piensen en María.
Mantengamos los ojos fijos en Jesús, en su
Cruz, y en María, nuestra Madre. De esa manera, aun en las dificultades, encontraremos la fuerza de
seguir adelante, sin temer las acusaciones, sin necesidad de consensos, con la
propia dignidad, con la propia seguridad de ser salvados y acompañados por la
Madre, María, sin concesiones, sin
maquillaje espiritual. Su dignidad no necesita maquillaje. Sigamos adelante,
felices de ser para todos, testigos de la verdad, en el amor. Y por favor, no
pierdan la alegría. Gracias. Imagen y
fuente: Vatican. Va.