24 de diciembre 2024. “La esperanza no defrauda". Homilía Papa Francisco. Eucaristía de la nochebuena, natividad del Señor, apertura de la puerta santa. Basílica de san Pedro. Entre el asombro de los pobres y el canto de los ángeles, el cielo se abrió sobre la tierra; Dios se hizo uno de nosotros para hacernos como Él, descendió entre nosotros para elevarnos y llevarnos al abrazo del Padre”.
Esta, hermanos, hermanas, es nuestra esperanza.
Dios es el Emanuel,
el ‘Dios con nosotros’. El infinitamente grande se hizo pequeño; la luz divina
brilló entre las tinieblas del mundo; en la pequeñez de un Niño” “Y si Dios
viene, aun cuando nuestro corazón se asemeja a un pobre pesebre, entonces
podemos decir: la esperanza no ha muerto, la esperanza está viva, y envuelve
nuestra vida para siempre.
Con la apertura de la Puerta Santa damos inicio
a un nuevo Jubileo.
Cada uno de nosotros puede entrar en el misterio de este anuncio de gracia”.
“En esta
noche, la puerta de la esperanza se ha abierto de par en par al mundo; en esta
noche, Dios dice a cada uno: ¡también hay esperanza para ti!. Hay
esperanza para cada uno de nosotros.
Para acoger
este regalo, estamos llamados a ponernos en camino con el asombro de los
pastores de Belén. El Evangelio dice que ellos, habiendo recibido el anuncio
del ángel, ‘fueron rápidamente’. Esta es
la señal para recuperar la esperanza perdida: renovarla dentro de nosotros,
sembrarla en las desolaciones de nuestro tiempo y de nuestro mundo
rápidamente. Y hay tantas desolaciones en nuestro tiempo. Pensemos en las
guerras, pensemos en los niños ametrallados, en las bombas en las escuelas y en
los hospitales.
La esperanza cristiana, no es un final feliz
que hay que esperar pasivamente; no es un happy ending de una película; es la promesa del Señor que
hemos de acoger aquí y ahora, en esta tierra que sufre y que gime. Esta
esperanza, por tanto, nos pide que no nos demoremos, que no nos dejemos llevar
por la rutina, que no nos detengamos en la mediocridad y en la pereza.
Siguiendo el ejemplo de los pastores. La
esperanza que nace en esta noche no tolera la indolencia del sedentario ni la
pereza de quien se acomoda en su propio bienestar. Y tantos de nosotros tenemos el peligro de
acomodarnos en nuestras comodidades. La esperanza no admite la falsa prudencia de
quien no se arriesga por miedo a comprometerse, ni el cálculo de quien sólo
piensa en sí mismo; la esperanza es incompatible con la vida tranquila de quien
no alza la voz contra el mal ni contra las injusticias que se cometen sobre la
piel de los más pobres.
la esperanza cristiana, mientras nos invita a
la paciente espera del Reino que germina y crece, exige de nosotros la audacia de anticipar hoy esta promesa, a
través de nuestra responsabilidad. Y no sólo de nuestra responsabilidad sino
también de nuestra compasión. También
nos hará bien preguntarnos sobre la propia compasión: ¿yo tengo compasión? ¿Sé
padecer con? Pensemos en esto.
Hermanos y
hermanas, este es el Jubileo, este es el tiempo de la esperanza. Este nos
invita a redescubrir la alegría del encuentro con el Señor, nos llama a la
renovación espiritual y nos compromete en la transformación del mundo, para que
este llegue a ser realmente un tiempo jubilar.
Todos nosotros tenemos el don y
la tarea de llevar esperanza allí donde se ha perdido; allí donde la vida
está herida, en las expectativas traicionadas, en los sueños rotos, en los
fracasos que destrozan el corazón; en el cansancio de quien no puede más, en la
soledad amarga de quien se siente derrotado, en el sufrimiento que devasta el
alma; en los días largos y vacíos de los presos, en las habitaciones estrechas
y frías de los pobres, en los lugares profanados por la guerra y la violencia.
El Jubileo
se abre para que a todos les sea dada la esperanza del Evangelio, la esperanza
del amor, la esperanza del perdón. Fuente:
Aciprensa.