18 de diciembre 2024. “La Infancia de Jesús”. Audiencia Papa Francisco. Aula san Pablo VI. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy
comenzamos el ciclo de catequesis que se desarrollará durante todo el Año
Jubilar. El tema es «Jesucristo nuestra esperanza»: Él es, en efecto, la meta
de nuestra peregrinación, y Él mismo es el camino, la senda a seguir.
Los Evangelios de la infancia relatan la
concepción virginal de Jesús y su nacimiento del vientre de María; recuerdan
las profecías mesiánicas cumplidas en Él y hablan de la paternidad legal de José, que injertó al
Hijo de Dios en el «tronco» de la dinastía davídica. Se nos presenta a un Jesús
recién nacido, niño y adolescente, sumiso a sus padres y, al mismo tiempo,
consciente de que está totalmente entregado al Padre y a su Reino.
La diferencia entre los dos evangelistas es
que mientras Lucas relata los acontecimientos a través de los ojos de María,
Mateo lo hace a través de los de José, insistiendo en una paternidad tan
inédita.
Mateo abre
su Evangelio y todo el canon del Nuevo Testamento con la «genealogía de Jesucristo hijo de David, hijo de Abraham»
(Mateo 1, 1). Se trata de una lista de nombres ya presentes en las Escrituras
hebreas, para mostrar la verdad de la historia y la verdad de la vida humana.
De hecho, «la genealogía del Señor es la
verdadera historia, en la que están presentes algunos nombres, por así decir,
problemáticos, y se subraya el pecado del rey David (cf. Mateo 1, 6).
Todo, sin
embargo, termina y florece en María y en Cristo (cf. Mateo 1, 16)» (Carta sobre
la renovación del estudio de la historia de la Iglesia, 21 de noviembre de
2024). Aparece, pues, la verdad de la
vida humana que pasa de una generación a otra entregando tres cosas: un
nombre que encierra una identidad y una misión únicas; la pertenencia a una
familia y a un pueblo; y finalmente la adhesión de fe al Dios de Israel.
La
genealogía es un género literario, es decir, una forma adecuada a transmitir un
mensaje muy importante: nadie se da la
vida a sí mismo, sino que la recibe como don de otros; en este caso, se
trata del pueblo elegido, y de los que heredan el depósito de la fe de sus
padres: al transmitir la vida a sus hijos, les transmiten también la fe en
Dios.
Pero a
diferencia de las genealogías del Antiguo Testamento, en las que sólo aparecen
nombres masculinos, porque en Israel es el padre quien impone el nombre a su
hijo, en la lista de Mateo de los antepasados de Jesús también aparecen
mujeres. Encontramos a cinco de ellas: Tamar, la nuera de Judá que, al quedarse
viuda, se hace pasar por prostituta para asegurar una descendencia a su marido
(cfr. Génesis 38);
Racab, la
prostituta de Jericó que permite a los exploradores judíos entrar en la tierra
prometida y conquistarla (cf. Santiago 2); Rut, la moabita que, en el homónimo
libro, permanece fiel a su suegra, cuida de ella y se convertirá en bisabuela
del rey David; Betsabé, con la que David comete adulterio y, tras hacer matar a
su marido, genera a Salomón (cf. 2 Sam 11); y, por último, María de Nazaret,
esposa de José, de la casa de David: de ella nace el Mesías, Jesús.
Las cuatro primeras mujeres están unidas no por
el hecho de ser pecadoras, como a veces se dice, sino por el hecho de ser
extranjeras para el pueblo de Israel. Lo que Mateo destaca es que, como ha escrito
Benedicto XVI, «a través de ellas... el mundo de los gentiles entra en la
genealogía de Jesús: se manifiesta su misión a los judíos y a los paganos» (La
infancia de Jesús, Milán-Ciudad del Vaticano 2012, 15).
Mientras
las cuatro mujeres anteriores se mencionan junto al hombre que nació de ellas o
al que lo generó, María, al contrario,
adquiere un particular relieve: marca un nuevo comienzo, ella misma es un nuevo
comienzo, porque en su historia ya no es la criatura humana la protagonista
de la generación, sino Dios mismo.
Esto se
desprende claramente del verbo «nació»: «Jacob fue padre de José, el esposo de
María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (Mateo 1, 16). Jesús es hijo de David, injertado por José en esa dinastía y
destinado a ser el Mesías de Israel, pero también es hijo de Abraham y de
mujeres extranjeras, destinado por tanto a ser la «Luz para iluminar las
naciones paganas» (cf. Lucas 2, 32) y el «Salvador del mundo» (Juan 4, 42).
El Hijo de
Dios, consagrado al Padre con la misión de revelar su Rostro (cfr. Juan 1, 18; Juan
14, 9), entra en el mundo como todos los hijos del ser humano, hasta el punto
de que en Nazaret se le llamará «hijo de José» (Juan 6, 42) o «hijo del
carpintero» (Mateo 13, 55). Verdadero Dios y verdadero hombre.
Hermanos y
hermanas, despertemos en nosotros el recuerdo agradecido hacia nuestros antepasados.
Y, sobre todo, demos gracias a Dios, que, a través de la Madre Iglesia, nos ha
generado a la vida eterna, la vida de Jesús, nuestra esperanza. Fuente e Imagen
de Vatican. Va.