4 de diciembre 2024. “El Kerygma es el centro de la actividad evangelizadora” Catequesis Papa Francisco. Plaza de san Pedro. Anunciar el Evangelio en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo y la evangelización
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La Primera
Carta de Pedro define a los apóstoles como «los que anunciaron el Evangelio por
medio del Espíritu Santo» (cf. 1,12). En esta expresión encontramos los dos
elementos constitutivos de la predicación cristiana: su contenido, que es el Evangelio, y su medio, que es el Espíritu Santo.
Digamos algo del uno y del otro.
En el Nuevo
Testamento, la palabra «Evangelio» tiene dos significados principales. Puede
referirse a cualquiera de los cuatro Evangelios canónicos: Mateo, Marcos, Lucas
y Juan; en esta acepción, «Evangelio»
significa la buena nueva proclamada por Jesús durante su vida terrenal.
Después de Pascua, la palabra «Evangelio» adquiere el nuevo significado de
buena noticia sobre Jesús, es decir, el misterio pascual de la muerte y
resurrección del Señor. Esto es lo que el apóstol llama «Evangelio» cuando
escribe: «No me avergüenzo del Evangelio, porque es poder de Dios para la
salvación de todo el que cree» (Romanos 1, 16).
La
predicación de Jesús, y, más tarde, la de los apóstoles, también contiene todos
los deberes morales que se desprenden del Evangelio, empezando por los Diez
Mandamientos y terminando por el 'nuevo' mandamiento del amor. Pero si no queremos volver a caer en el error
denunciado por el apóstol Pablo de anteponer la ley a la gracia y las obras a
la fe, debemos partir siempre del anuncio de lo que Cristo ha hecho por
nosotros. Por eso, en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium se insiste
tanto en la primera de las dos cosas, es decir, en el kerigma o «anuncio», del que depende toda aplicación moral.
De hecho, «en
la catequesis tiene un papel fundamental el primer anuncio o “kerigma”, que
debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo intento de
renovación eclesial. […] Cuando a este primer anuncio se le llama “primero”,
eso no significa que está al comienzo y después se olvida o se reemplaza por
otros contenidos que lo superan.
Es el
primero en un sentido cualitativo, porque es el anuncio principal, ese que
siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay
que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis, en
todas sus etapas y momentos. […] No hay que pensar que en la catequesis el
kerygma es abandonado en favor de una formación supuestamente más «sólida». Nada hay más sólido, más profundo, más seguro,
más consistente y más sabio que ese anuncio» (nn. 164-165), es decir el del
kerygma.
Hasta ahora
hemos visto el contenido de la predicación cristiana. Sin embargo, debemos
tener en cuenta también el medio del anuncio. El Evangelio debe predicarse «mediante el Espíritu Santo» (1 Pedro
1,12). La Iglesia debe hacer precisamente lo que Jesús dijo al comienzo de su
ministerio público: «El Espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ha ungido
y me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres» (Lucas 4, 18). Predicar
con la unción del Espíritu Santo significa transmitir, junto con las ideas y la
doctrina, la vida y la convicción de nuestra fe. Significa confiar no en «discursos persuasivos de sabiduría, sino en la
manifestación del Espíritu y su poder» (1 Corintios 2, 4), como escribió
San Pablo.
Es fácil
decirlo -se podría objetar-, pero ¿cómo ponerlo en práctica si no depende de
nosotros, sino de la venida del Espíritu Santo? En realidad, hay una cosa que
depende de nosotros, o más bien dos, y las mencionaré brevemente. La primera es
la oración. El Espíritu Santo viene sobre los que rezan, porque el Padre
celestial -está escrito- «da el Espíritu Santo a los que se lo piden» (Lucas
11, 13), ¡sobre todo si se lo piden para anunciar el Evangelio de su Hijo! ¡Cuidado con predicar sin rezar! Uno se
convierte en lo que el Apóstol llama «bronces que resuenan y címbalos que
retiñen» (cf. 1 Corintios 13, 1).
Por tanto,
lo primero que depende de nosotros es orar para que venga el Espíritu Santo. Lo
segundo es no querer predicarnos a nosotros mismos, sino a Jesús el Señor (cf.
2 Corintios 4, 5).
Esto se
refiere a la predicación. A veces hay predicaciones largas, de 20 minutos, de
30 minutos... Pero, por favor, los predicadores deben predicar una idea, un
afecto y una llamada a la acción. Más
allá de ocho minutos, la predicación se desvanece, no se entiende. Y esto
se lo digo a los predicadores... [aplausos] ¡Veo que les gusta oír esto! A
veces vemos a hombres que, cuando empieza el sermón, salen a fumar un
cigarrillo y luego vuelven a entrar. Por favor, el sermón debe ser una idea, un
afecto y una propuesta de acción. Y nunca debe durar más de diez minutos. Esto
es muy importante.
La segunda
cosa -les decía- es no querer
predicarnos a nosotros mismos sino al Señor. No es necesario que nos detengamos
en esto, porque cualquiera que se dedique a la evangelización sabe bien lo que
significa, en la práctica, no predicarnos a nosotros mismos. Me limitaré a una
aplicación particular de esta exigencia.
No querer predicarnos a nosotros
mismos implica también no dar siempre prioridad a las iniciativas pastorales
promovidas por nosotros y vinculadas a nuestro propio nombre, sino colaborar de
buen grado, si se nos pide, en las iniciativas comunitarias, o que se nos
encomienden por obediencia.
¡Que el Espíritu
Santo nos ayude, nos acompañe, y enseñe a la Iglesia a predicar así el
Evangelio a los hombres y mujeres de este tiempo! Gracias. Fuente e
Imagen de Vatican. Va.