El objetivo es que la luz disipe las tinieblas, esa es la gran consigna diaria; el problema nace, en ¿Cómo lograrlo? pues bien, La Palabra luz de Dios nos recomienda colocar la lámpara sobre el candelero, nadie es dueño de la Palabra, somos mensajeros de la Palabra, la Palabra debe ocupar un puesto privilegiado en nuestra personalidad, debe ser motivo de acto de conciencia, debe ser soporte ante la toma de decisiones, debe ser descanso, alivio y alimento para el alma.
Un buen discípulo debe estar como le gusta a su Señor: ““"Tengan puesta la ropa de trabajo y sus lámparas encendidas" (Lucas 12, 35). San Juan Pablo II exhorta a comprender la razón de la luz en el Reino de Dios: “El Evangelio es una lámpara, que cumple con la misión de mostrar con la luz, lo que no se ve por estar en las tinieblas.”
El hecho evidente es que el mundo actual necesita de la luz de Dios, de hombres y mujeres que seamos luz para los demás; de creyentes que aprendamos a ser sal de la tierra (cfr. Mateo 5,13), luz del mundo (cfr. Mateo 5,14) Lámpara que ilumine a los demás, (cfr. Mateo 5, 15). El reto estaría en lograr permanecer como estrellas permanentes en el ambiente hostil de unos pocos. Ese es el nuevo espíritu del Reino de Dios.
La fe es mucho más extensa en la comprensión de la vida, del tiempo, el fin, la hora, el momento etc. Hay que aprender a vivir de acuerdo al orden que Dios le ha dado a la creación, cada cosa tiene su lugar, cada experiencia tiene su instante, todo tiene su valor, todo tiene su principio y su fin.
La esperanza enseña a vivir la fe en medio
de las responsabilidades cotidianas, a tener ceñida la cintura, a responder por
nuestra historia, a trabajar por el sustento diario, a corregir debilidades
y amenazas para un buen espíritu, y por supuesto dejarse guiar por la luz de la
Gracia de Dios que genera una lámpara encendida en el universo para ejemplo de
muchos que viven en la oscuridad.