La invitación constante de Dios en el proceso de la historia de la salvación, ha sido: “Convertíos a mí de todo corazón”. Así lo enseña el Papa Francisco cuando afirma que: Porque algo no está bien en nosotros, no está bien en la sociedad, en la Iglesia, y necesitamos cambiar, dar un viraje. Y esto se llama tener necesidad de convertirnos. Nos dirige su llamamiento profético, para recordarnos que es posible realizar algo nuevo en nosotros mismos y a nuestro alrededor, sencillamente porque Dios es fiel, es siempre fiel, porque no puede negarse a sí mismo, sigue siendo rico en bondad y misericordia, y está siempre dispuesto a perdonar y recomenzar de nuevo. (Homilía, 5 de marzo, 2014).
La propuesta de Jesucristo es concreta: “Conviértanse y crean en la Buena Nueva” (Marcos 1,15). Nuestra conversión debe llevar a un cambio de conducta y de corazón. (Cfr. Isaías 1,10-19). La conversión debe ser fruto del Espíritu de Dios. (Cfr. Lucas 3, 16-17). Hay que comenzar a vivir desde la fe: convertirse al pensamiento y al sentir de Dios. El salmo 15 de la Escritura, es la presentación de una persona plenamente convertida: “¿quién habitará en tu monte santo? El de conducta íntegra, que actúa con rectitud, que es sincero cuando piensa y no calumnia con su lengua; que no daña a conocidos, ni agravia a su vecino” °°°
No
es posible la conversión, sin la cooperación del hombre y de la mujer, ambos
como pareja fueron destinados a dominar el mundo, a perpetuar la especie, a
complementarse, a recibir el uno del otro; el pecado abrió esa brecha de
unidad y perfección, Dios crea la alternativa de volver a estar unidos a Él,
ese es precisamente un motivo para darle gracias a Dios, pues no quiere la
perdición del hombre, sino que se convierta y que viva. En materia de
conversión y reconciliación nos podemos preguntar: “¿Construyes tu vida sobre
la roca de Dios, o sobre la arena de la mundanidad, el orgullo y la vanidad?.