La misión consiste en decir y hacer lo que hizo Jesús de Nazareth. Por ejemplo, sanar y perdonar, son gestos típicos en la personalidad del Nazareno. (cfr. Mateo 11, 4-5). Acoger, comprender y perdonar, muestran la bondad y la misericordia de Dios. (cfr. Mateo 11, 19).
La misión de Jesucristo es sanar integralmente a la persona. El Maestro, sana, salva y libera. La sanación es un encuentro total con Jesús, es la limpieza del corazón, es la apertura del espíritu, es la capacidad del anuncio, es el convencimiento de lo que he recibido y de lo que yo debo entregar. Dice la Escritura: “Habéis recibido gratis, dadlo todo gratis”.
Sanarse es un don, una gracia especial de Dios. No es un caso aislado, no es hecho anormal o extraordinario. Es una experiencia de fe. Dios no sana espectacularmente, Dios sana porque es su razón de ser, Él es amor, es misericordia, es vida, es Gracia, es perdón. Cuando Dios te sana es porque El confía en la misión que tú vas a cumplir en su Reino. La misión es anunciarlo a Él, mostrar el rostro benevolente que Él tuvo contigo.
El
Papa Francisco advierte que la obra salvadora de Cristo no se agota, prosigue
mediante la Iglesia que es sacramento del amor y de la ternura de Dios. Al enviar en misión a sus discípulos, Jesús
les confiere una doble misión: anunciar el Evangelio de la salvación y sanar a
los enfermos. Fiel a esta enseñanza, la Iglesia siempre ha considerado la
asistencia a los enfermos como parte integrante de su misión.
“Los
pobres y los que sufren, los tendrán siempre”, advierte Jesús. Y la Iglesia
continuamente les encuentra en la calle, considerando a las personas enfermas
como una vía privilegiada para encontrar a Cristo, para acogerlo y servirlo. Curar
a un enfermo, acogerlo y servirlo es servir a Cristo, el enfermo es la carne de
Cristo.
Cada uno de nosotros está llamado
a llevar la luz del evangelio y la fuerza de la gracia a quienes sufren y a
todos aquellos que los asisten, familiares, médicos, enfermeros, para que el
servicio al enfermo sea realizado cada vez con más humanidad, con dedicación
generosa, con amor evangélico, y con ternura. (Homilía, 8 de febrero, 2015).