15 de abril de 2022

MARÍA SANTÍSIMA ES MADRE Y DISCÍPULA Ceremonia mariana en el sábado santo 16 de abril 2022


MARÍA ES MADRE Y DISCÍPULA  
Ceremonia Mariana Sábado Santo, 16 de abril 2022
Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué
"Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una joven virgen que estaba comprometida en matrimonio con un hombre llamado José, de la familia de David. La virgen se llamaba María. Llegó el ángel hasta ella y le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» María quedó muy conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo. Pero el ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús." (Lucas 1, 26-31).
 
María es madre y es discípula; y este “catecumenado” de María empieza bien temprano, prácticamente desde el nacimiento del Hijo, María va creciendo en su condición de Primera Cristiana, mientras medita en su corazón todo aquello que le va pasando. (cfr. Lucas 1,29). 
La Virgen Santísima, tuvo una fe ejemplar. No ha existido criatura alguna que se pueda comparar a la fe de Nuestra Madre, ya que su vida requirió de su corazón una fe heroica capaz de poder responder en plenitud al misterio al cual se le llamó y en el cual siempre viviría. Según el Evangelista San Lucas, la Virgen María se mueve exclusivamente en el ámbito de la fe.
Fe para creer que su Hijo, sería llamado hijo del Altísimo. El Dios hecho hombre, la Palabra encarnada. La fe se convierte para María en la única medida para abrazar no solo su propio misterio, sino el de su mismo hijo: un puro don que Dios le ha dado no para su gozo o su exaltación, sino para el bien de todo.
 
            El Papa Francisco, propone seguir las enseñanzas de María Santísima, quien fue la fiel cumplidora de las bienaventuranzas: “Quiero que María corone estas reflexiones, porque ella vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús. Ella es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña.

       Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: «Dios te salve, María…». (Exhortación Apostólica: Gaudete et exsultate, 176)