29 de enero 2025. “Jesús es la esperanza de Israel”. Audiencia jubilar Papa Francisco. Aula Pablo VI. ¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Hoy seguiremos
contemplando a Jesús en el misterio de sus orígenes, narrado por los Evangelios
de la infancia.
Jesús, en efecto, es la esperanza de Israel que
se cumple: es el descendiente
prometido a David (cf.2 Sam 7,12; 1Cr 17,11), que hace que su casa sea «bendita
para siempre» (2 Samuel 7, 29); es el brote que nace del tronco de Jesé (cf. Isaías
11, 1), el «vástago legítimo» destinado a reinar como verdadero rey, que sabe
ejercer el derecho y la justicia (cf. Jeremías 23, 5; 33, 15).
José entra en escena en el Evangelio de Mateo
como novio de María. Para los
judíos, el compromiso era un verdadero vínculo jurídico, que preparaba para lo
que sucedería un año más tarde, es decir, la celebración del matrimonio. Era
entonces cuando la mujer pasaba de la custodia de su padre a la de su esposo,
mudándose a su casa y haciéndose disponible para el don de la maternidad.
Fue precisamente durante este tiempo cuando
José descubrió el embarazo de María, y su amor se vio sometido a una dura
prueba. Ante tal situación,
que habría llevado a la ruptura del compromiso, la Ley sugería dos posibles
soluciones: o bien un acto jurídico público, como citar a la mujer ante el
tribunal, o bien una acción privada, como entregar a la mujer una carta de
repudio.
Mateo define a José como un hombre «justo» (zaddiq), un hombre que vive según la Ley del
Señor, que se inspira en ella en todas las ocasiones de su vida. Por tanto,
siguiendo la Palabra de Dios, José actúa ponderadamente: no se deja vencer por
sentimientos instintivos ni teme llevarse a María con él, sino que prefiere dejarse guiar por la sabiduría
divina. Opta por separarse de María sin clamores, es decir, en privado (cf.
Mateo 1,19). Y esta sabiduría de José le permite no equivocarse y hacerse
abierto y dócil a la voz del Señor.
De este modo, José de
Nazaret nos recuerda a otro José, hijo de Jacob, apodado «señor de los sueños»
(cf. Génesis 37,19), tan amado por su padre y tan odiado por sus hermanos, a
quien Dios elevó sentándolo en la corte del faraón.
Ahora bien, ¿qué sueña José de Nazaret? Sueña con
el milagro que Dios realiza en la vida de María, y también con el milagro que
realiza en su propia vida: asumir una
paternidad capaz de custodiar, proteger y transmitir una herencia material y
espiritual. El vientre de su esposa está grávido de la promesa de Dios, una
promesa que lleva un nombre con el que se da a todos la certeza de la salvación
(cf. Hechos 4, 12).
Durante su sueño, José
oye estas palabras: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer,
porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo
y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados»
(Mateo 1, 20-21). Ante esta revelación, José
no pide más pruebas, se fía. José confía en Dios, acepta el sueño de Dios sobre
su vida y la de su prometida. Así entra en la gracia de quien sabe vivir la
promesa divina con fe, esperanza y amor.
José, en todo esto, no
profiere palabra alguna, sino que cree, espera y ama. No habla con «palabras al
viento», sino con hechos concretos. Él pertenece a la estirpe de los que, según
el apóstol Santiago, «ponen en práctica la Palabra» (cfr. Santiago 1, 22),
traduciéndola en hechos, en carne, en vida. José confía en Dios y obedece: «Su vigilancia interior por Dios...
se convierte espontáneamente en obediencia» (Benedicto XVI, La infancia de
Jesús, Milán-Ciudad del Vaticano 2012, 57).
Hermanas, hermanos, pidamos también al Señor la gracia de
escuchar más de lo que hablamos, la gracia de soñar los sueños de Dios y de
acoger responsablemente a Cristo que, desde el momento de nuestro bautismo,
vive y crece en nuestras vidas. ¡Gracias! Fuente: Vatican. Va.