Evangelio jueves 16 de enero 2025
Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué
Le despidió al instante
prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate
al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para
que les sirva de testimonio».
Pero él, así que se fue, se puso a
pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús
presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en
lugares solitarios. Y acudían a él de todas partes.” Marcos 1, 40-45.
Nuestro
Dios se revela a la humanidad con sus obras y con la fuerza de su Palabra.
A lo largo de la historia de la salvación, los dos medios constantes por los
cuales Dios se da a conocer, es la unidad de lo que anuncia con lo que
manifiesta. Dios anuncia un Reino de salvación, sanación y liberación de las
personas. Esto incluye corregir actitudes y determinaciones que lastiman la
dignidad de las personas y su presencia en medio de la comunidad.
A
Dios se le ocurre sanar y liberar a una persona, prisionera de su enfermedad
como es la lepra y limitada en su vida y en actuar por la equivocada
determinación en que una persona es impura por una enfermedad. Los antiguos
llegaron a la conclusión de que había que excluir a las personas con ciertas
enfermedades. (cfr. Levítico 14, 1-57) la denominaban la ley de la lepra.
Con su Palabra y con su actuar, Dios corrige la
errada decisión de excluir una persona de la comunidad, creyendo que eso es purificación.
Dice el Maestro: “Los ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos quedan
limpios, los sordos escuchan, los muertos resucitan y se predica la Buena Nueva
para los hombres.” (Mateo 11, 5).
Nuestro Catecismo de la Iglesia
Católica, nos habla de la purificación del ser humano, desde el corazón. El corazón es la sede de la personalidad
moral. Dentro del corazón salen los malos deseos e intenciones del ser
humano. (Mateo 15, 9) La sexta bienaventuranza proclama: "Bienaventurados
los limpios de corazón porque ellos verán a Dios" (Mateo 5, 8).
El santo de
Hipona recomendaba: “Los fieles deben creer los artículos del Símbolo “para
que, creyendo, obedezcan a Dios; obedeciéndole,
vivan bien; viviendo bien, purifiquen su corazón; y purificando su corazón,
comprendan lo que creen” (cfr. Catecismo numerales 2517 – 2527).
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