Evangelio viernes 17 de enero 2025
Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué
Al no poder
presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde él
estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde
yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo,
tus pecados te son perdonados».
Estaban allí sentados algunos
escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por qué éste habla así? Está
blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?» Pero, al instante,
conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice:
«¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al
paralítico: "Tus pecados te son perdonados", o decir:
"¿Levántate, toma tu camilla y anda?" Marcos 2, 1-12.
El
apóstol san Pablo tiene la razón cuando afirma que en la vida de Jesucristo
todo es un “Si”. No existe la posibilidad de que Dios cambie de opinión.
(cfr. II Corintios 1, 18). El Hijo de Dios ha venido a salvar, a perdonar, a
levantar, a devolver la dignidad, a ofrecer caminos de superación. Mientras los
escribas o quienes se creen buenos intérpretes de la ley no aceptan que alguien
perdone pecados. El Hijo de Dios enseña perdón y sanación como
complementarios. El profeta enseña que
Dios siempre enseña algo nuevo. (Isaías 43, 18).
Cristo
trabajó pacientemente con todo tipo de personas, con aquellas que eran
consideradas problema para la sociedad. Nos enseñó el arte de amar, de hacer el
bien, de practicar la justicia. El mismo Jesús propone quitarnos la máscara de
lo social y a descubrir que la felicidad no está en los aplausos de la
multitud, ni en el ejercicio del poder, ni siquiera en el ininteligible
concepto de la ley. La sanación es una
gracia que se convierte en perdón.
Lo
que no permite la realización de la sanación integral de una persona es el
pecado, la limitación propia del hombre para recibir la gracia de Dios, el
impedimento de nuestra falta de reconocimiento del mal que el pecado causa en
nuestro corazón y definitivamente en la vida. En Jesucristo se impone la misericordia ante el ser humano.
Dios es
lento a la ira y abundante en misericordia. (Números 14, 18). La misericordia de
Dios es fiel para todas las generaciones. (Salmo 100). Con la misericordia y la
verdad se expían las culpas. (Proverbios 16, 6). Dios quiere misericordia, no
tanto sacrificios. (Mateo 12, 7).
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