17 de diciembre 2025 “En el corazón se conserva el verdadero tesoro” Audiencia Papa León XIV La pascua como destino del corazón inquieto. Plaza de san Pedro.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
¿De qué manera la resurrección de Jesús ilumina este aspecto
de nuestra experiencia? Cuando
participemos en su victoria sobre la muerte, ¿descansaremos?
La fe nos dice que sí, que descansaremos. No estaremos inactivos, sino que entraremos
en el descanso de Dios, que es paz y alegría. Pues bien, ¿solo tenemos que
esperar, o esto puede cambiarnos desde ahora?
Estamos absortos en muchas actividades que no siempre nos
satisfacen. Muchas de nuestras acciones tienen que ver con cosas prácticas,
concretas.
Debemos asumir la responsabilidad de muchos compromisos,
resolver problemas, afrontar fatigas. También Jesús se involucró con las
personas y con la vida, sin escatimar esfuerzos, sino entregándose hasta el
final. Sin embargo, a menudo percibimos que el hecho de hacer demasiado, en
lugar de darnos plenitud, se convierte en un vórtice que nos aturde, nos quita
la serenidad, nos impide vivir mejor lo que es realmente importante para
nuestra vida. Entonces nos sentimos cansados, insatisfechos: el tiempo parece
dispersarse en mil cosas prácticas que, sin embargo, no resuelven el
significado último de nuestra existencia. A veces, al final de días llenos de
actividades, se sienten vacíos.
¿Por qué? Porque nosotros no somos máquinas, tenemos un
«corazón», es más, podemos decir que somos un corazón. El corazón es el símbolo de toda nuestra
humanidad, la síntesis de pensamientos, sentimientos y deseos, el centro
invisible de nuestras personas. El evangelista Mateo nos invita a
reflexionar sobre la importancia del corazón, al citar esta hermosa frase de
Jesús: «Porque allí donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mateo
6, 21).
Es, entonces, en el corazón donde se conserva el
verdadero tesoro, no en las cajas fuertes de la tierra, no en las grandes
inversiones financieras, hoy más que nunca enloquecidas e injustamente
concentradas, idolatradas al precio sangriento de millones de vidas humanas y
de la devastación de la creación de Dios.
Es importante reflexionar sobre estos aspectos, porque en
los numerosos compromisos que afrontamos continuamente, aflora cada vez más el
riesgo de la dispersión, a veces de la desesperación, de la falta de
sentido, incluso en personas aparentemente exitosas. En cambio, leer la vida
bajo el signo de la Pascua, mirarla con Jesús Resucitado, significa encontrar
el acceso a la esencia de la persona humana, a nuestro corazón: cor
inquietum.
Con este adjetivo «inquieto», san Agustín nos hace
comprender el impulso del ser humano que tiende a su plena realización. La
frase completa remite al comienzo de las Confesiones, donde Agustín escribe:
«Señor, tú nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que
descanse en ti» (I, 1,1).
La inquietud es la señal de que nuestro corazón no se mueve
al azar, de forma desordenada, sin un fin o una meta, sino que está orientado
hacia su destino último, el de «volver a casa». Y el auténtico destino del
corazón no consiste en la posesión de los bienes de este mundo, sino en
alcanzar lo que puede colmarlo plenamente, es decir, el amor de Dios, o, mejor
dicho, Dios Amor. Sin embargo, este tesoro solo se encuentra amando al prójimo
que se encuentra en el camino: hermanos y hermanas de carne y hueso,
cuya presencia interpela e interroga a nuestro corazón,
llamándolo a abrirse y a donarse. El prójimo te pide ralentizar, mirarlo a los
ojos, a veces cambiar de planes, tal vez incluso cambiar de dirección.
Queridísimos, he aquí el secreto del movimiento del corazón
humano: volver a la fuente de su ser, disfrutar del gozo que no termina, que no
decepciona. Nadie puede vivir sin un significado que vaya más allá de lo
contingente, más allá de lo que pasa. El corazón humano no puede vivir sin
esperar, sin saber que está hecho para la plenitud, no para el vacío.
Jesucristo, con su Encarnación, Pasión, Muerte y
Resurrección, ha dado un fundamento sólido a esta esperanza. El corazón
inquieto no se sentirá defraudado si entra en el dinamismo del amor para el que
ha sido creado. El destino es seguro, la vida venció y en Cristo seguirá
venciendo en cada muerte de lo cotidiano. Esta es la esperanza cristiana:
¡bendigamos y demos gracias siempre al Señor que nos la ha dado. Fuente: Aciprensa.
Com. Imagen de Vatican. Va.
