Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Recientemente hemos entrado en el tiempo litúrgico de
Adviento, que nos enseña a estar atentos a los signos de los tiempos.
Recordamos la primera venida de Jesús, Dios con nosotros, para aprender a
reconocerlo cada vez que viene y prepararnos para su regreso. Entonces
estaremos juntos para siempre. Junto a él, con todos nuestros hermanos y
hermanas, con cada criatura, en este mundo finalmente redimido: la nueva
creación.
Esta espera no es pasiva. De hecho, el Nacimiento de
Jesús nos revela a un Dios que nos involucra: María, José, los pastores,
Simeón, Ana y, más tarde, Juan Bautista, los discípulos y todos los que se
encuentran con el Señor están involucrados, llamados a participar. ¡Es un gran
honor, y qué vértigo! Dios nos involucra en su historia, en sus sueños.
Esperar, entonces, es participar. El lema del Jubileo, «Peregrinos de la
Esperanza», no es un eslogan que quedará obsoleto en un mes. Es un programa
para toda la vida: «peregrinos de la esperanza» significa personas que caminan
y esperan, no con las manos en los bolsillos, sino participando.
El Concilio Vaticano II nos enseñó a leer los signos de los
tiempos: nos dice que nadie puede hacerlo solo, sino que juntos, en la Iglesia
y con muchos hermanos y hermanas, podemos leer los signos de los tiempos. Son
signos de Dios, de Dios que viene con su Reino, a través de las circunstancias
históricas. Dios no está fuera del mundo, fuera de esta vida: aprendimos en
la primera venida de Jesús, Dios con nosotros, a buscarlo entre las realidades
de la vida.
¡A buscarlo con
inteligencia, corazón y con las manos arremangadas! Y el Concilio dijo que esta
misión pertenece especialmente a los fieles laicos, hombres y mujeres, porque
el Dios encarnado viene a nosotros en las situaciones cotidianas. En los
problemas y las bellezas del mundo, Jesús nos espera y nos compromete,
pidiéndonos que colaboremos con él. ¡Por eso esperar es participar!
Hoy quisiera recordar un nombre: Alberto Marvelli, un
joven italiano que vivió en la primera mitad del siglo pasado. Criado en una
familia evangélica, formado en la Acción Católica, se graduó en ingeniería y se
incorporó a la vida social durante la Segunda Guerra Mundial, que condenó
firmemente. En Rímini y alrededores, se dedicó con entusiasmo a ayudar a los
heridos, enfermos y desplazados.
Muchos admiraron su dedicación
desinteresada, y después de la guerra, fue elegido concejal y puesto a cargo de
la Comisión de Vivienda y Reconstrucción. Así, se incorporó a la vida política
activa, pero mientras iba en bicicleta a una manifestación, fue atropellado por
un camión militar. Tenía 28 años. Alberto nos mostró que tener esperanza es
participar, que servir al Reino de Dios trae alegría incluso en medio de
grandes riesgos. El mundo mejora si perdemos un poco de seguridad y
tranquilidad para optar por el bien. En eso consiste la participación.
Preguntémonos: ¿Estoy participando en alguna buena
iniciativa que despierte mis talentos? ¿Tengo el horizonte y el aliento del
Reino de Dios cuando presto algún servicio? ¿O lo hago quejándome, quejándome
de que todo va mal? Una sonrisa en nuestros labios es señal de gracia en
nosotros.
Esperar es participar: es un don de Dios para nosotros.
Nadie salva al mundo solo. Y ni siquiera Dios quiere salvarlo solo: podría,
pero no quiere, porque juntos es mejor. Participar nos permite expresar y hacer
más nuestro lo que finalmente contemplaremos para siempre, cuando Jesús
finalmente regrese. Fuente e Imagen de
Vatican. Va.
