Autor: Padre Mario García Isaza. cm. Formador Seminario Mayor.
Arquidiócesis de Ibagué. Un día sí y otro…también, el personaje que, para
desgracia de Colombia, ocupa el solio presidencial desde hace dos años
protagoniza actos de toda índole que, en una nación que tuviese capacidad de
reacción, y en la cual actuasen organismos judiciales y legislativos realmente
eficaces y honestos, ya habrían producido la caída del indigno gobernante.
Y un día sí y otro también,
asistimos estupefactos al espectáculo
vergonzante de unos partidos políticos que hace tiempo claudicaron en materia
de principios y convicciones, y actúan solo con el propósito de guardar o
de acrecer sus cuotas burocráticas y de mantener la posibilidad de lucrarse en
la repartija de los fondos del erario…
Acabo de leer el extenso comunicado
emitido por el expresidente César Gaviria; hay allí una especie de radiografía
que pone al descubierto los numerosos desmanes de todo orden en que ha
incurrido a lo largo de estos veinticuatro meses el que nos desgobierna. Y, al
terminar de leerlo, me surge, como me ha sucedido en muchos otros momentos, la
pregunta lacerante: ¿cómo es que los organismos sociales y políticos en los que
se mueven las fuerzas de la patria siguen impávidos, ¿cómo es que la inmensa mayoría de los colombianos no hemos reaccionado
ante semejante cúmulo de tropelías?
No voy a ocuparme en esta glosa de
las arbitrariedades y desafueros que el personaje y el círculo de ineptos o
maliciosos cómplices que lo rodean han perpetrado en relación con la educación,
con la salud, con el manejo de la economía, con la guarda de los preceptos
constitucionales que ordenan la separación de poderes, con el imperdonable
maltrato y casi aniquilación de nuestros glorioso ejército; no hablaré de la
pestilente olla de corrupción en que se ha convertido todo lo que tiene que ver
con su desgobierno; ni de la forma sibilina y sinuosa con que, calculada y
metódicamente, ha ido apoderándose de la fiscalía, de las cortes, de la
universidad…;
ni de la patente de corso con que les ha permitido a los bandidos de la
narcoguerrilla convertir los campos de Colombia en piélagos de coca y amapola;
ni de los vitandos “diálogos” en que, a ejemplo del traidor que firmó la
entrega de Colombia en el teatro Colón, prepara ahora una nueva claudicación
frente a nuevos y rejuvenecidos grupos de facinerosos; ni siquiera voy a comentar los gestos de
verdadero gañán maleducado y palurdo, como el de hoy frente al desfile militar
conmemorativo de la Independencia, gestos que desdicen ya no de un primer
mandatario sino de un ciudadano medianamente respetuoso, que mancillan la figura presidencial y que
son un verdadero insulto a todos los
colombianos, y especialmente a los que visten el uniforme militar.
Cuando lo vi llegar a la tarima, con
tres horas de atraso, y en su porte de trasnochado…me acordé de los consejos
del hidalgo de La Mancha al gobernador de la isla Barataria: ”No andes, Sancho, desceñido y flojo, que el
vestido descompuesto da indicios de ánimo desmazalado, si ya la descompostura y
flojedad no cae debajo de socarronería”… Quiero referirme, sí, a un hecho ante el
cual, a mi parecer, se ha evidenciado que hemos perdido la capacidad de
reacción, que nos hemos acostumbrado a lo más inaceptable, que Colombia está como anestesiada…lo cual es
de una enorme gravedad.
Hablo del vergonzoso episodio del
paseo callejero del presidente en Panamá, de manos de un personaje de ambigua
identidad. El señor Petro, que sepamos, es un hombre casado legítimamente;
sabemos de su esposa y de sus hijos; es, además y por desgracia, el presidente
de la república; y estaba en viaje oficial ante un gobierno amigo, no andaba de
farra y vacaciones… En lo que hizo, y ha
tenido la desfachatez de justificar, están comprometidos valores morales y
sociales, no hablemos de valores religiosos, que él tiene que respetar y
nosotros tenemos que exigir que respete.
Resultan inanes y casi risibles las
justificaciones que algunos han esgrimido, argumentando que de la vida privada
cada quien es dueño; eso es cierto, pero tiene sus limitaciones. Es que la de
un gobernante, y sobre todo cuando está representando a un país, no es vida
privada. Es que, aun prescindiendo del valor de moral cristiana involucrado, y
teniendo en cuenta simplemente las exigencias de la ética natural y social, Petro dio un pésimo ejemplo y desnudó su
falta absoluta de respeto por sí mismo, por su cónyuge y su familia, por todos
los colombianos.
Y frente a este hecho bochornoso,
hubiera debido darse una reacción general clamorosa: de los dirigentes, de los
educadores, de los padres de familia, de los pastores de la Iglesia, ¡de todos!
El país hubiera debido estremecerse. Por escándalos morales de menor cuantía,
en otros países han exigido y logrado la dimisión de gobernantes. Colombia está anestesiada…, ¡tenemos que
despertar! Dios nos asista.
Correo del autor: magarisaz@hotmail.com