Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
Cuídense de los hombres, porque los
entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. A causa de mí,
serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos
y de los pagan os.
Cuando los entreguen, no se
preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les
dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino
que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes.
El hermano entregará a su hermano
para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán
contra sus padres y los harán morir.” °°° Mateo 10, 16-23.
Toda
misión embarga momentos difíciles. El Maestro advierte la persecución, la
envida, el odio, la calumnia. La persecución estará en aquellos que no desean
perder sus propios privilegios. Se supone que debemos pensar en una alternativa
que no lastime la misión. Derrotar el mal no es fácil. El Hijo de Dios propone
la prudencia, la sabiduría, la inteligencia como debemos tomar las decisiones.
Pensemos en algunas máximas
bíblicas: “Sean prudentes” “Sean sencillos” (Mateo 10, 16). “Cuídense mucho de
las demás personas” (Mateo 10, 17). “Aprendan de mí que soy paciente y humilde
de corazón” (Mateo 11, 29). “Quien se mantenga firme hasta el final se salvará”
(Mateo 24, 13). “Amen a sus enemigos y oren por sus perseguidores” (Mateo 5,
44).
La
teología moral en nuestra Iglesia Católica, enseña la función de las virtudes
para vivir una buena vida cristiana. Para cumplir bien la misión. La
persona virtuosa debe aprender la recomendación sabia de la Escritura: “Hay que
obedecer a Dios, antes que a los hombres” (Hechos 4, 19-20). La prudencia como
virtud perfecciona la inteligencia en la valoración ética de las acciones que
realizamos.
San
Juan Pablo II nos recuerda que: Prudente no es, por tanto, el que sabe
arreglárselas en la vida y sacar de ella el mayor provecho; sino quien acierta a edificar la vida toda según
la voz de la conciencia recta y según las exigencias de la moral justa.
De este
modo la prudencia viene a ser la clave para que cada uno realice la tarea
fundamental que ha recibido de Dios. Esta tarea es la perfección del hombre
mismo. Dios ha dado a cada uno su humanidad. Es necesario que nosotros
respondamos a esta tarea programándola como se debe. (cfr. Audiencia, 25 de
octubre, 1978).
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