Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
Él les respondió: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?”
Y levantándose, increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma. Los hombres se decían entonces, llenos de
admiración: “¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?”. Mateo
8, 23-27.
El
Salvador del mundo enseña criterios de discernimiento para sostenerse en la
vocación, en el apostolado, en la misión que cada cual cumple en medio de las
adversidades de la vida. El criterio es “No tengan miedo” El segundo
criterio es: “Sean personas de fe”. Si pensamos en pedir a Dios una virtud
para el bienestar de nuestra vida espiritual, deberíamos solicitar la
“Fortaleza”. Es una virtud que asegura en las dificultades la firmeza y la
constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las
tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral.
La
virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte,
y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta
la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa. “Mi
fuerza y mi cántico es el Señor” (Salmo 118, 14). “En el mundo tendréis
tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo” (Juan 16, 33). (cfr.
Catecismo Iglesia Católica, 1808)
La
Sagrada Escritura nos enseña que la fortaleza es un don de Dios. Precisamente
es Dios que regala la fortaleza a quien manifiesta su debilidad, ante
cualquier situación. Por ejemplo, Dios da fortaleza a David para que se
presente ante Goliat en nombre de Yahveh. (cfr. 1 Samuel 17, 45). Jesús de
Nazareth es un excelente ejemplo de fortaleza. Asume su misión siendo fuerte
ante las adversidades, dando respuestas sabias y concretas, frente al ataque
del enemigo.
Ora en el huerto, para pedir a su
Padre que lo sostenga en la fortaleza. (cfr. Mateo 26, 38). Todos se maravillan
de su fortaleza, de sus poderes, de sus Gracias. En el momento cumbre de su
misión, asume con fortaleza la Pasión, La crucifixión. Se cumple la famosa
frase: “No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el
alma!” (Mateo 10, 28).
La
fortaleza se sostiene con la confianza como se hacen las cosas. Con la
firmeza en la fe y las buenas obras. Con la paciencia. Cuando no hay fortaleza,
aparece el fracaso, la desilusión, el temor.
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