Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
«Señor, ¿no
te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano». Pero el Señor le
contestó: «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una
es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán.» Lucas 10,
38-42.
El
trabajo tiene su mérito, tiene sus beneficios, tiene su razón de ser. El
trabajo es una consigna de orden divino: “Trabajen no por el alimento de un
día, sino por el alimento que permanece y da vida eterna”. (Juan 6, 27). Cuando
el trabajo no tiene medida, se puede caer en el peligro del activismo. Cuando
se trata de tener una buena salud espiritual y humana, es importante entender
la recomendación: “El trabajo es saludable, siempre y cuando sea un medio y no
un fin”
El
buen trabajo debe ir regulado por las virtudes, por el tiempo, por el descanso,
por el interés común. El Salvador
del mundo recomienda el descanso para sus seguidores. Jesús dijo: Vayan a un
lugar tranquilo para descansar. Era tanto el trabajo que no tenían tiempo para
comer. ((Marcos 6, 30-31).
Jesucristo
es un excelente modelo de trabajo, dedicación, oración, sacrificio, hasta
el último momento ante su propia pasión.
Es un buen modelo de trabajo: “Mi Padre sigue trabajando, yo también
trabajo” Juan 5, 17. “Debemos realizar la obra que el Padre nos encomendó,
llegará un momento en que no la podremos realizar.” Hay que trabajar en el
momento indicado. (Juan 9, 4). Jesucristo es perfecto modelo para dedicar
tiempo a los demás. Atendió todas las necesidades. Su consejo elocuente es: “El
Hijo de Dios no tiene dónde reclinar la cabeza”. (Mateo 8, 20).
El
Papa Benedicto XVI recuerda que el trabajo pertenece a la condición original de
cada persona. (cfr. Génesis 2, 5-6). Las personas se edifican con su
trabajo. No hay que caer en el peligro de idolatrar el trabajo. San Juan Pablo II, Papa, recordaba: “El
trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo.
El trabajo
tiene su posición ética: “El primer fundamento del valor del trabajo es el
hombre mismo, su sujeto. A esto va unida inmediatamente una consecuencia muy
importante de naturaleza ética: es cierto que el hombre está destinado y
llamado al trabajo; pero, ante todo, el trabajo está «en función del hombre» y
no el hombre «en función del trabajo». (cfr. Juan Pablo II, Encíclica, Laborem
Exercens, Numeral 6, f)
SI DESEAS ESCUCHAR EL AUDIO DE ESTA REFLEXIÓN HAZ CLICK AQUÍ