Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
Estaba
próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver
que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: «¿Dónde vamos a comprar panes
para que coman éstos?» Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a
hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada
uno tome un poco».
Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón
Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero
¿Qué es eso para tantos?» Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente» °°° Juan
6, 1-15.
Jesucristo
es quien toma la iniciativa. Él desea alimentar la vida de todos aquellos que
deseen seguirlo. Alimentar pueden ser posibilidades. Por ejemplo: Alimentar
con la Palabra. Alimentar con el Pan. Alimentar el buen espíritu con los
milagros. Alimentar la sabiduría con las grandes recomendaciones del Maestro,
“Parábolas”. El Hijo de Dios propone el
problema y la solución.
El problema es que es necesario
alimentar la comunidad. La solución es ofrecer un pan que sostenga la vida
espiritual de cada persona. La Eucaristía se convierte en el momento propicio
para el encuentro con la Palabra y la comida de salvación. Razón tuvo san Pedro
cuando dice a su Maestro: “¿Dónde vamos a ir? Solo tú tienes palabras de vida
eterna. Nosotros creemos que tú eres el santo de Dios. (Juan 6, 67-69).
La Eucaristía se convierte en el
excelente signo del compartir. La Eucaristía es por esencia la acción de
Gracias. El Papa Benedicto XVI decía
sabiamente: «En la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios
por cada hermano y hermana. Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el servicio
de la caridad para con el prójimo» (cfr. Exhortación Apostólica, Sacramentum
caritatis, 88).
El
Papa Francisco nos enseña los efectos de la Eucaristía: “En la Eucaristía se
comunica el amor del Señor por nosotros: un amor tan grande que nos nutre de
sí mismo; un amor gratuito, siempre a disposición de toda persona hambrienta y
necesitada de regenerar las propias fuerzas. Vivir la experiencia de la fe
significa dejarse alimentar por el Señor y construir la propia existencia no
sobre los bienes materiales, sino sobre la realidad que no perece: los dones de
Dios, su Palabra y su Cuerpo.» (cfr. Homilía, 19 de junio, 2014).
Algunos se nutren con el dinero, otros con el
éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo. Pero el alimento que nos nutre verdaderamente y que nos sacia es sólo el que
nos da el Señor. El alimento que nos ofrece el Señor es distinto de los
demás.
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