15 de julio 2024. “La ambición es una plaga y la envidia una enfermedad amarilla” Mensaje del Papa Francisco a los participantes en los capítulos generales. Sala clementina. Gracias por el encuentro. Están presentes los Mínimos; los Clérigos Regulares Menores, las Hermanas Agustinas del Divino Amor, los Clérigos de San Viator, las Hermanas Reparadoras del Sagrado Corazón y las Misioneras de San Antonio Claret.
Les haré
una pregunta antes de empezar. ¿Cuántas novicias tienen? ¿Cuántas? ... Recen,
recen. Pero, ¿Cómo lo hacen? ¿De dónde vienen? [Responden]: "De Asia,
África y América Latina". Eh, el futuro está ahí. Es cierto. ¿Ustedes?
[Responden]: "Ocho".
Así es. ¿Y
ustedes? [Responden]: "Diecisiete". Mira, ¿cómo lo consiguen? ¿Y
ustedes? [Responden]: "Doce". Pero, ¡tenemos que doblar los números
eh! Gracias por la visita. Me gusta preguntar esto, porque es preguntar por el
futuro de su congregación.
Ustedes representan a institutos y órdenes
religiosas diversos y de varia fundación, cuyos orígenes van del siglo XVI al
XX: Mínimos, Clérigos Regulares Menores, Hermanas Agustinas del Divino Amor,
Clérigos de San Viator, Hermanas Reparadoras del Sagrado Corazón y las
Misioneras de San Antonio María Claret. En su variedad, son una imagen viva del
misterio de la Iglesia, en el que: «La manifestación del Espíritu que a cada
uno se le da es para provecho común» (1 Corintios 12, 7), para que la belleza
de Cristo resplandezca con toda su luz en el mundo.
No
es por casualidad que los Padres de la Iglesia definieron el camino espiritual
de los consagrados y consagradas: «filocalia, es decir, amor por la belleza
divina, que es irradiación de la divina bondad» (San Juan Pablo II,
Exhortación Apostólica Vita consecrata, 19). Y este camino, ¡cuán lejos está de
las luchas internas, tan a menudo! – ¿no? -
de intereses distintos a los del amor. Por ello, quisiera detenerme a
reflexionar con ustedes sobre dos aspectos de su vida que tienen mucho que ver
con esto: la belleza y la sencillez.
Primero: la belleza. Sus historias, en
diferentes circunstancias, tiempos y lugares, son verdaderamente historia de
belleza, porque en
ellas resplandece la gracia del rostro de Dios: la que vemos en los Evangelios
en Jesús, en sus manos recogidas en oración en los momentos de intimidad con el
Padre (cfr. Mateo 14, 23), en su corazón lleno de compasión (cfr. Marcos 6,34-44),
en sus ojos encendidos de celo cuando denunciaba la injusticia y los abusos
(cfr. Mateo 23,13-33), en sus pies callosos, marcados por las largas marchas
con las que llegó hasta las periferias más desfavorecidas y marginadas de su
tierra (cfr. Mateo 9,35).
Sus
fundadores y sus fundadoras, bajo el impulso del Espíritu Santo, supieron
captar los rasgos de esta belleza y corresponderle, de diferentes maneras,
según las necesidades de sus épocas, escribiendo páginas maravillosas de
caridad concreta, valentía, creatividad y profecía, gastándose en el cuidado de los débiles, los enfermos, los ancianos y
los niños, en la formación de los jóvenes, en el anuncio misionero y en el
compromiso social; páginas que hoy se les encomienda a ustedes, para que
continúen la obra que ellos iniciaron.
Por lo
tanto, la invitación en su trabajo capitular, es a “recoger su testigo” – les corresponde a ustedes recogerlo y
seguir adelante – y continuar, como ellos, a buscar y a sembrar la belleza
de Cristo en las llagas concretas de la historia, poniéndose en primer lugar a
la escucha del Amor que los animaba, y dejándose luego interpelar por los modos
en que ellos les han correspondido: por lo que han elegido y por lo que han
renunciado, tal vez con sufrimiento, para ser para sus contemporáneos un espejo
claro del rostro de Dios.
Y esto nos lleva al segundo punto: la
sencillez. Cada uno de ellos, en circunstancias diferentes, eligió lo esencial
- ¡eligió lo esencial, eh! - y renunciaron a lo superfluo, dejándose forjar día a día por la
sencillez del amor de Dios que resplandece en el Evangelio. Sí, porque el amor
de Dios es sencillo y su belleza es sencilla, no es una belleza sofisticada,
no. El sencillo, tiene los pies en la
tierra. Por tanto, mientras preparan sus encuentros, pidan también al Señor
ser sencillos, personalmente y también sencillos en la dinámica sinodal del
camino común, despojándose de todo lo que no sea necesario o que pueda
obstaculizar la escucha y la armonía en sus procesos de discernimiento;
despojándose
de cálculos, de ambiciones - pero la
ambición, por favor, es una plaga en la vida consagrada; tengan cuidado con
esto: es una plaga -, envidias - la envidia es fea en una vida comunitaria; me
gusta ver la envidia como la
"enfermedad amarilla", una cosa fea -, pretensiones, rigidez y
cualquier otra tentación fea de auto-referencialidad. Así sabrán leer juntos,
con sabiduría, el presente, captar en él los «signos de la época» (Constitución
pastoral Gaudium et spes, 4) y tomar las mejores decisiones para el futuro.
Como religiosas y religiosos, por otra parte,
abrazan la pobreza precisamente para vaciarse de todo lo que no sea amor a
Cristo y dejarse llenar de su belleza, hasta que se desborde por el mundo (cfr.
Carta. Encíclica Laudato si’, Oración por nuestra tierra), allí donde el Señor
les envíe y, hacia cualquier hermano o hermana que ponga en su camino,
especialmente a través de la obediencia. Y ésta es una gran misión.
Es una gran
misión. Y el Padre se la confía a ustedes, frágiles miembros del cuerpo de su
Hijo, precisamente para que a través de su humilde "sí" aparezca el
poder de su ternura, que está más allá de toda posibilidad, y que impregna la
historia de cada una de sus comunidades. Y no
dejen la oración, la oración del corazón; no dejen los momentos ante el
sagrario hablando con el Señor, hablando con el Señor y dejando que el Señor
nos hable. Pero la oración del corazón:
no la oración de los loros, no, no. La que sale del corazón y que nos ir
delante por el camino del Señor.
Queridas
hermanas, queridos hermanos, ¡les agradezco el gran bien que hacen en la
Iglesia, en muchas partes del mundo, y los animo a continuar su labor con fe y
generosidad! Recen por las vocaciones. Es necesario que tengan sucesores que
continúen el carisma. Recen, recen. Y tengan cuidado en su formación: que sea
una buena formación. Los bendigo, rezo por ustedes y les pido, por favor, que
recen por mí. Gracias. Fuente: Vatican. Va.