Evangelio jueves 1 de agosto 2024
Padre, Jairo Yate Ramírez.
Arquidiócesis de Ibagué
Así sucederá al fin del mundo:
vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para
arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
¿Comprendieron todo esto?” “Sí”, le respondieron. Entonces agregó: “Todo
escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de
casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo”. Mateo 13, 47-53.
En la personalidad del Maestro de
Jerusalén existe el equilibrio entre lo que él anuncia, lo que hace y el
resultado que espera como aprendizaje de cada uno de nosotros: Lo que él anuncia es el Reino de su Padre
celestial, (cfr. Lucas 8, 1); lo que él hace es practicar la misericordia y
la caridad con los demás, (cfr. Marcos 1, 34); el resultado de ese proceso es
la conversión de cada persona que se pone al servicio de Dios en el mundo, (cfr.
Marcos 1, 31).
Jesucristo anuncia el Reino de la
paz, de la justicia, del amor. El Reino de aquellos que han aprendido en su
experiencia de fe, a hacer la voluntad de Dios. El Reino que explica en qué consistirá el fin en este mundo de toda
persona y el Reino en la eternidad. El hermeneuta bíblico aclara: “Junto a
los hijos del Reino se hallan también los hijos del maligno, los que realizan
la iniquidad.” Los que vivan y se comporten de acuerdo al Reino, al final del
tiempo, verán destruidas las potencias del mal.
Dios
es el dueño del juicio final. Dios es el único que sabe los criterios con los
cuales se tomará la decisión de quiénes alcanzarán la salvación y quiénes no.
Con justa razón asevera el evangelista: El hijo del hombre vendrá en la gloria
de su Padre con sus ángeles, y dará a cada uno conforme a su propia conducta.
(Mateo 16, 27). Jesucristo ejercerá el juicio de Dios que es su propia gloria.
(cfr. Mateo 25, 31).
Nuestro
Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña en qué consistirá el juicio a cada
persona que sea llamada por Dios hacia la eternidad. “La muerte pone fin a
la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia
divina manifestada en Cristo (cfr. 2 Timoteo 1, 9-10).
El Nuevo
Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro
final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la
existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como
consecuencia de sus obras y de su fe.”
Un buen ejemplo es la parábola del pobre Lázaro (cfr. Lucas 16, 22.
(cfr. Catecismo, numerales 1020 – 1050).
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