19 de abril 2025 “Llevemos a todos la Esperanza de la pascua”.
Homilía Papa Francisco. Vigilia pascual Basílica de san Pedro. Es de noche
cuando el cirio pascual avanza lentamente hasta el altar. Es de noche cuando el
canto del himno dispone nuestros corazones al gozo, pues la tierra brilla
“inundada de tanta claridad, el fulgor del Rey eterno venció la tiniebla que
cubría el orbe entero” (cf. Pregón pascual).
De este modo, la Vigilia pascual nos recuerda que la luz
de la Resurrección ilumina el camino paso a paso, irrumpe en las tinieblas de
la historia sin estrépito, resplandece en nuestro corazón de manera
discreta. Y a esta luz corresponde una fe humilde, desprovista de todo
triunfalismo. La Pascua del Señor no es un evento espectacular con el que Dios
se impone y obliga a creer en Él; no es una meta que Jesús alcanza por un
camino fácil, esquivando el Calvario; y tampoco nosotros podemos vivirla de
manera despreocupada y sin dudas interiores. Al contrario, la Resurrección
es como pequeños brotes de luz que se abren paso poco a poco, sin hacer ruido,
a veces todavía amenazados por la noche y la incredulidad.
Este “estilo” de Dios nos libera de una religiosidad
abstracta, ilusa al pensar que la resurrección del Señor lo resuelve todo
mágicamente. Todo lo contrario: no podemos celebrar la Pascua sin seguir
enfrentándonos a las noches que llevamos en el corazón y a las sombras de
muerte que con frecuencia se ciernen sobre el mundo. Cristo ha vencido el
pecado y ha destruido la muerte, pero en nuestra historia terrena, la potencia
de su Resurrección aún se está realizando. Y esa realización, como un pequeño
brote de luz, nos ha sido confiada a nosotros, para que la cuidemos y la
hagamos crecer.
Cuando sentimos aún el peso de la muerte en nuestro corazón,
cuando vemos las sombras del mal seguir su ruidosa marcha sobre el mundo,
cuando sentimos arder en nuestra carne y en nuestra sociedad las heridas del
egoísmo o de la violencia, no nos desanimemos, volvamos al anuncio de esta
noche: la luz resplandece lentamente incluso si nos encontramos en
tinieblas; la esperanza de una vida nueva y de un mundo finalmente liberado nos
aguarda; un nuevo comienzo puede sorprendernos aunque a veces nos parezca
imposible, porque Cristo ha vencido a la muerte.
Este anuncio, que ensancha el corazón, nos llena de
esperanza. En Jesús Resucitado tenemos, en efecto, la certeza de que nuestra
historia personal y el camino de la humanidad, aunque todavía inmersos en una
noche donde las luces parecen débiles, están en las manos de Dios; y Él, en su
gran amor, no nos dejará tambalear ni permitirá que el mal tenga la última
palabra. Al mismo tiempo, esta esperanza, ya cumplida en Cristo, para
nosotros sigue siendo también una meta que alcanzar; se nos ha confiado
para que nos convirtamos en testigos creíbles de ella y para que el Reino de
Dios se abra paso en el corazón de las mujeres y los hombres de hoy.
Podemos hacerlo con nuestras palabras, con nuestros pequeños
gestos cotidianos, con nuestras decisiones inspiradas en el Evangelio. Toda
nuestra vida puede ser presencia de esperanza. Queremos serlo para quienes
carecen de fe en el Señor, para quienes se han extraviado, para los que se han
rendido o caminan encorvados por el peso de la vida; para quienes están solos o
encerrados en su propio dolor; para todos los pobres y oprimidos de la tierra;
para las mujeres humilladas y asesinadas; para los niños que nunca nacieron y
para aquellos que son maltratados; para las víctimas de la guerra. ¡Llevemos,
a todos y a cada uno, la esperanza de la Pascua!
Hermanas, hermanos, el tiempo de Pascua es un tiempo de
esperanza. «Todavía hay temor, todavía hay una dolorosa conciencia de
pecado, pero hay también una luz que se abre paso. […] La Pascua trae la
buena noticia de que, aunque las cosas parezcan ir mal en el mundo, el Maligno
ha sido ya vencido. La Pascua nos permite afirmar que, aunque Dios parezca
muy distante y sigamos estando preocupados por muchos pequeños detalles,
nuestro Señor recorre el camino con nosotros […] hay muchos destellos de
esperanza que vierten su luz en nuestro caminar en la vida» (H. Nouwen,
Meditaciones diarias para la vida espiritual, Madrid 2019, 4 de abril).