Los prejuicios no nos permiten avanzar en el conocimiento de las verdades divinas. No nos permiten madurar en nuestra vida de fe. No nos permiten Evangelizar más en el campo del amor y la misericordia de Dios. Los prejuicios pueden hacen mucho mal a un grupo, a un movimiento, a la vida espiritual de una persona. Tener un concepto claro sobre Dios, su Reino y su ser, ahorra mucho tiempo en la evangelización.
El Papa Benedicto XVI nos advierte a estar
atentos a que la prudencia no se deje deslumbrar por los prejuicios. “La prudencia no debe confundirse con la
astucia, sino que se debe asumir como un criterio para actuar en la verdad: “la
prudencia exige la razón humilde, disciplinada y vigilante que no se deja
deslumbrar por los prejuicios, no juzga
según los deseos y pasiones, sino que busca la verdad- incluso la verdad
incómoda.
Prudencia significa ir en búsqueda de la verdad y actuar conforme a ella. El siervo prudente es sobre todo un hombre de verdad y un hombre de sincera razón” (Homilía, 12 de septiembre 2009).
Los prejuicios no han traído ningún beneficio para la historia de nuestra fe. Por ejemplo: Había prejuicios entre judíos, gentiles y samaritanos. El apóstol san Pedro nos recuerda que Dios no tiene prejuicios, Él no hace acepción de personas. (Hechos 10, 34). El apóstol san Pablo predica una salvación universal que viene de Dios, el cual no tiene prejuicios. Ya no hay judío, ni griego, ni esclavo, ni libre. (cfr. Gálatas 3, 28).