6 de abril 2025. El carisma de san Vicente de Paúl sigue enriqueciendo a la Iglesia Católica Son las palabras que brotan del corazón del Papa Francisco en agradecimiento por la maravillosa obra de la Congregación de la misión. La caridad como fundamento de la misión. La preocupación por los pobres y los abandonados. La formación de los futuros sacerdotes para que cumplan excelentemente su misión. Fueron tres sueños en la vida de san Vicente y un regalo de la bondad de Dios para nuestra Iglesia.
Damos gracias a Dios por la fundación de la Congregación de
la Misión el 17 de abril de 1625. Ya se van a completar cuatro siglos con los
deseos de este maravilloso santo, con su genial idea de: “convertir corazones y
mentes a Cristo.”
“No puede haber caridad, si no va acompañada de la justicia”
San Vicente de Paúl.
San Vicente propuso 5 virtudes para que podamos cumplir con
la misión encomendada. La primera y la que más le gustaba al santo, es la
sencillez. Decía “es la virtud que más amo”. La sencillez nos permite vivir
según la verdad, la sinceridad y la transparencia.
La segunda Virtud tal como la llama san Vicente: “La
humildad es la virtud característica de la misión” La humildad es la virtud de
los santos más grandes, de los misioneros.
La tercera Virtud es la Mansedumbre. San Vicente la define
como la virtud vocacional. “Si no se puede ganar a una persona por la
amabilidad y la paciencia, será difícil conseguirlo de otra manera.
La cuarta Virtud es la que nos pide entregarnos totalmente a
la misión. Es la Mortificación. San Vicente decía: “Los santos son santos
porque siguen las huellas de Cristo, renuncian así mismos, y se mortifican en
todas las cosas”.
La quinta Virtud es el celo apostólico. San Vicente afirma
que: “Si el amor de Dios es el fuego, el celo es la llama.
AGRADECIMIENTOS
“Hay que
aprender a vivir con gratitud y alabar a Dios por todo aquello que recibimos de
Él”. Dar las gracias es una expresión del alma, es la fuerza de un espíritu que
ha aprendido a amar a sus semejantes y se goza plenamente, cuando tiene todas
las oportunidades para decir “Gracias”. Me siento inmensamente agradecido con la
Congregación de la misión que es una sociedad de vida apostólica, de derecho
pontificio, fundada por San Vicente de Paúl con el propósito de evangelizar a
los pobres y formar a los futuros sacerdotes.
Doy gracias
a Dios porque recibí la formación, educación y excelente ejemplo de los sacerdotes
vicentinos, quienes, a través de la Arquidiócesis de Ibagué, en el Seminario,
me educaron. Me uno a los sentimientos eclesiales por los 400 años de esta
Congregación.
A continuación, anexo la sapiencial carta que el Papa
Francisco envió al superior general de dicha Congregación. Padre, Jairo Yate
Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué.
Al Reverendo Tomaz Mavric,
Superior General de la Congregación de la Misión
Mientras la Congregación de la Misión se prepara para
conmemorar el cuarto centenario de su fundación, ofrezco mis afectuosos deseos
a usted, a los sacerdotes y hermanos de la Congregación, y a todos los miembros
de la gran familia vicenciana. Rezo para que este significativo aniversario sea
una ocasión de gran alegría y renovada fidelidad, conforme a la visión del
discípulo misionero, fundamentado en la imitación del amor preferencial de
Cristo por los pobres.
Los comienzos de su Congregación se encuentran en la
profunda experiencia personal de san Vicente de Paúl del «fuego de amor» que
ardía en el corazón del Hijo de Dios encarnado, y lo llevó a identificarse
con los pobres y los marginados (Conferencia 207 sobre la caridad, 30 de
mayo de 1659). Afligido por la falta de atención pastoral en el campo francés,
decidió a principios de 1617 organizar misiones destinadas a proporcionar
instrucción catequética básica y a fomentar el regreso a los sacramentos.
Fue un sueño que él
concretó unos ocho años más tarde, con la fundación de la Congregación de la
Misión el 17 de abril de 1625. En los primeros siete años de su existencia,
los sacerdotes y hermanos de la Congregación llevaron a cabo 140 misiones.
Entre 1632 y 1660, la casa madre en París fue responsable de otras 550
misiones. Desde 1635, a medida que comenzaron a establecerse comunidades fuera
de París, se lanzaron cientos de misiones más. Esta notable expansión da
testimonio de la fecundidad espiritual y misionera del celo sacerdotal de San
Vicente y de su sed de convertir corazones y mentes a Cristo.
En su acercamiento a los pobres, Vicente comprendió
rápidamente que las obras de caridad debían estar bien organizadas a nivel
local. Las mujeres fueron las primeras en asumir este desafío. En 1617, en
la parroquia de Châtillon, estableció la primera de las “Confraternidades de la
Caridad”, que continúan hoy como la Asociación Internacional de Caridades o las
Damas de la Caridad. En 1633, él y santa Luisa de Marillac cofundaron un
tipo revolucionario de comunidad femenina, las “Hijas de la Caridad”.
Hasta
ese momento, las comunidades de religiosas estaban obligadas a vivir en
clausura. Las Hijas de la Caridad fueron enviadas a las calles de París para
servir a los enfermos y a los pobres. Esta innovación dio lugar a una rica
cosecha en una verdadera explosión de congregaciones religiosas femeninas
dedicadas a obras apostólicas en siglos posteriores.
A partir de 1628, en respuesta a un llamado del obispo de
Beauvais, la Congregación de la Misión también comenzó a asistir en la
formación del clero. Este trabajo, tan necesario para la reforma y
renovación de la Iglesia en la Francia del siglo XVII, creció y floreció. Al
momento de su muerte, se habían fundado veinte seminarios y 12.000 jóvenes
habían participado en los retiros de preparación para la ordenación sacerdotal.
San Vicente estaba convencido de la importancia de este “elevado, sublime
ministerio”, que se convirtió en un sello distintivo de la Congregación
(Conferencia sobre el propósito de la Congregación, 6 de diciembre de 1658). En
las Reglas Comunes, afirma claramente que, por su propia naturaleza, este
trabajo es “casi igual” al de predicar misiones (Reglas Comunes, XI, 12).
En este aniversario, es apropiado reflexionar sobre el
legado de espiritualidad, celo apostólico y cuidado pastoral que san Vicente de
Paúl legó a la Iglesia universal. La lista de aquellos que absorbieron la
espiritualidad vicenciana y la vivieron heroicamente a lo largo de los años es
larga y abarca todos los continentes. Algunos nombres bastarán: san Juan
Gabriel Perboyre, san Francisco Regis Clet, san Justino de Jacobis, santa Luisa
de Marillac, santa Juana Antida Thouret, santa Catalina Labouré, santa Isabel
Ana Seton, el beato Federico Ozanam y muchos otros, incluyendo al más reciente
Ján Havlík, beatificado el 31 de agosto de 2024 en Eslovaquia.
Hoy también, siguiendo los pasos de san Vicente, su familia
continúa iniciando obras de caridad, comenzando nuevas misiones y ayudando en
la formación del clero y de los laicos. Más de 100 ramas de sacerdotes,
hermanos, hermanas, mujeres y hombres laicos constituyen ahora la familia
vicenciana. La Sociedad de San Vicente de Paúl, fundada en 1833 por el Beato
Federico Ozanam, se ha convertido en una fuerza destacada al servicio de los
pobres, con cientos de miles de miembros en todo el mundo.
La Congregación de la Misión está experimentando
actualmente nuevos signos de crecimiento. Sus provincias más jóvenes,
especialmente en Asia y África, donde las vocaciones están floreciendo, han
respondido al llamado para comenzar misiones en otros países. La Congregación
también sigue emprendiendo nuevas obras creativas entre los necesitados.
Pienso, por ejemplo, en la “Alianza Famvin con las personas sin hogar”, una
iniciativa internacional para proporcionar viviendas asequibles a las personas
sin hogar, inspirada en el ejemplo de Vicente de Paúl, quien comenzó su trabajo
con los sin techo en 1643 construyendo trece casas en París para los pobres.
Esta iniciativa pretende comenzar simbólicamente
construyendo, en todos los países donde sirven los vicencianos, trece casas
para los sin techo, y ya ha superado su objetivo inicial de albergar a 10.000
personas.
Cuatro siglos después del establecimiento de la
Congregación de la Misión, no cabe duda de que el carisma de san Vicente de
Paúl sigue enriqueciendo a la Iglesia a través de los variados apostolados y
buenas obras de toda la familia vicenciana. Es mi esperanza que las
celebraciones de este centenario resalten la importancia del espíritu de san
Vicente, que es el del servicio a Cristo en los pobres, para la renovación de
la Iglesia de nuestro tiempo en el discipulado misionero y la cercanía a los
necesitados y abandonados en las muchas periferias de nuestro mundo y en los
márgenes de una cultura superficial y de descarte.
Estoy convencido de que el ejemplo de san Vicente puede
inspirar especialmente a los jóvenes, quienes, en su entusiasmo, generosidad y
preocupación por construir un mundo mejor, están llamados a ser testigos
audaces y valientes del Evangelio entre sus contemporáneos y dondequiera que se
encuentren (Exhortación Apostólica Postsinodal Christus Vivit [25 de marzo de
2019], 178).
Con gran afecto, aseguro a los sacerdotes y hermanos de la
Congregación de la Misión mi particular cercanía en oración durante el próximo
año de aniversario. Rezo para que, inspirados por la visión de su Fundador,
continúen moldeando sus vidas y su trabajo de acuerdo con la exhortación a la
humildad y al celo en el apostolado que él dirigió a los primeros miembros
de la Congregación: «Vayamos y ocupémonos con un amor nuevo en el servicio de
los pobres, y busquemos incluso a los más pobres y abandonados; reconozcamos
delante de Dios que son ellos nuestros señores y nuestros amos, y que somos
indignos de rendirles nuestros pequeños servicios.» (Conferencia 164 sobre el
amor a los pobres, enero de 1657).
Encomendando a todos los miembros de la familia vicenciana a
la intercesión maternal de María, Madre de la Iglesia, les envío mi bendición
como prenda de alegría y paz duraderas en el Señor. Y les pido, por favor, que
también me recuerden en sus oraciones.
Roma, San Juan de Letrán, 11 de diciembre de 2024.