2 de abril 2025. Zaqueo. “Hoy tengo que alojarme en tu casa” (Lucas 19, 5). Los encuentros. Catequesis Jubilar, Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas:
sigamos contemplando
los encuentros de Jesús con algunos personajes del Evangelio. Esta vez me
gustaría detenerme en la figura de Zaqueo: un episodio que me es
particularmente querido, porque ocupa un lugar especial en mi camino
espiritual.
El Evangelio de Lucas
nos presenta a Zaqueo como alguien que parece irremediablemente perdido.
Quizá nosotros también nos sentimos así a veces: sin esperanza. Zaqueo, en
cambio, descubrirá que el Señor ya lo estaba buscando.
Jesús, de hecho, bajó
a Jericó, una ciudad situada por debajo del nivel del mar, considerada una
imagen del infierno, donde Jesús quiere ir a buscar a aquellos que se
sienten perdidos. Y, en realidad, el Señor Resucitado sigue descendiendo a
los infiernos de hoy, a los lugares de guerra, al dolor de los inocentes, al
corazón de las madres que ven morir a sus hijos, al hambre de los pobres.
Zaqueo, en cierto
sentido, se ha perdido, tal vez tomó decisiones equivocadas o tal vez la vida
lo ha puesto en situaciones de las que le cuesta salir. De hecho, Lucas insiste
en describir las características de este hombre: no solo es publicano, es decir,
uno que recauda impuestos de sus conciudadanos para los invasores romanos, sino
que es incluso el jefe de los publicanos, como diciendo que su pecado se
multiplica.
Lucas añade además que
Zaqueo es rico, dando a entender que se ha enriquecido a costa de los demás,
abusando de su posición. Pero todo esto tiene consecuencias: Zaqueo
probablemente se siente excluido, despreciado por todos.
Cuando se entera de
que Jesús está atravesando la ciudad, Zaqueo siente el deseo de verlo. No se
atreve a imaginar un encuentro, le bastaría con mirarlo desde lejos. Sin
embargo, nuestros deseos también encuentran obstáculos y no se hacen realidad
automáticamente: ¡Zaqueo es de baja estatura! Es nuestra realidad, tenemos
límites con los que debemos lidiar. Y luego están los demás, que a veces no nos
ayudan: la multitud impide que Zaqueo vea a Jesús. Quizás sea también un poco
su revancha.
Pero cuando se
tiene un deseo fuerte, no se desanima. Se encuentra una solución. Pero hay
que tener valor y no avergonzarse, se necesita un poco de la sencillez de los
niños y no preocuparse demasiado por la propia imagen. Zaqueo, como un niño,
se sube a un árbol. Debía ser un buen punto de observación, sobre todo para
mirar sin ser visto, escondiéndose detrás de las frondas.
Pero con el Señor
siempre ocurre lo inesperado: Jesús, cuando llega allí cerca, alza la mirada.
Zaqueo se siente descubierto y probablemente espera un reproche público. La
gente tal vez lo habrá esperado, pero se sentirá decepcionada: Jesús le pide
a Zaqueo que baje inmediatamente, casi maravillándose de verlo en el árbol,
y le dice: «¡Hoy tengo que alojarme en tu casa!» (Lucas 19, 5). Dios no
puede pasar sin buscar al que está perdido.
Lucas destaca la
alegría del corazón de Zaqueo. Es la alegría de quien se siente mirado,
reconocido y, sobre todo, perdonado. La mirada de Jesús no es una mirada de
reproche, sino de misericordia. Es esa misericordia que a veces nos cuesta
aceptar, sobre todo cuando Dios perdona a quienes, en nuestra opinión, no se lo
merecen. Murmuramos porque nos gustaría poner límites al amor de Dios.
En la escena en casa,
Zaqueo, después de escuchar las palabras de perdón de Jesús, se levanta, como
si resucitara de su condición de muerte. Y se levanta para comprometerse:
devolver el cuádruple de lo que ha robado. No se trata de un precio a pagar,
porque el perdón de Dios es gratuito, sino del deseo de imitar a Aquel de quien
se sintió amado. Zaqueo asume un compromiso al que no estaba obligado, pero
lo hace porque entiende que esa es su forma de amar.
Y lo hace combinando la
legislación romana sobre el robo y la ley rabínica sobre la penitencia. Zaqueo
entonces no es solo el hombre del deseo, es también alguien que sabe dar
pasos concretos. Su propósito no es genérico o abstracto, sino que parte
precisamente de su historia: ha mirado su vida y ha identificado el punto desde
el que iniciar su cambio.
Queridos hermanos y
hermanas, aprendamos de Zaqueo a no perder la esperanza, incluso cuando nos
sentimos marginados o incapaces de cambiar. Cultivemos nuestro deseo de ver
a Jesús y, sobre todo, dejemos que nos encuentre la misericordia de Dios, que
siempre viene a buscarnos, en cualquier situación en la que nos hayamos
perdido. Fuente: Vatican. Va.