20 de abril 2025. “Cristo resucitó, hay que buscarlo”. Homilía Papa Francisco. Domingo de pascua. Plaza de san Pedro. María Magdalena, al ver que la piedra del sepulcro había sido retirada, salió corriendo para avisárselo a Pedro y a Juan. También los dos discípulos, al recibir la desconcertante noticia, salieron y —dice el Evangelio— «corrían los dos juntos» (Juan 20,4). ¡Todos los protagonistas de los relatos pascuales corren! Y este “correr” expresa, por un lado, la preocupación de que se hubieran llevado el cuerpo del Señor; pero, por otro lado, la carrera de la Magdalena, de Pedro y de Juan manifiesta el deseo, el impulso del corazón, la actitud interior de quien se pone en búsqueda de Jesús. Él, de hecho, ha resucitado de entre los muertos y, por eso, ya no está en el sepulcro. Hay que buscarlo en otra parte.
Este es el anuncio de la Pascua: hay que buscarlo en otra
parte. ¡Cristo ha resucitado, está vivo! La muerte no lo ha podido retener,
ya no está envuelto en el sudario, y por tanto no se le puede encerrar en una
bonita historia que contar, no se le puede reducir a un héroe del pasado ni
pensar en Él como una estatua colocada en la sala de un museo. Al contrario, hay
que buscarlo, y por eso no podemos quedarnos inmóviles. Debemos ponernos en
movimiento, salir a buscarlo: buscarlo en la vida, buscarlo en el rostro de los
hermanos, buscarlo en lo cotidiano, buscarlo en todas partes menos en aquel
sepulcro.
Por eso la fe pascual, que nos abre al encuentro con el
Señor Resucitado y nos dispone a acogerlo en nuestra vida, está lejos de
ser una solución estática o un instalarse tranquilamente en alguna seguridad
religiosa. Por el contrario, la Pascua nos impulsa al movimiento, nos empuja a
correr como María Magdalena y como los discípulos; nos invita a tener ojos
capaces de “ver más allá”, para descubrir a Jesús, el Viviente, como el Dios
que se revela y que también hoy se hace presente, nos habla, nos precede y nos
sorprende. Como María Magdalena, cada día podemos sentir que hemos perdido al
Señor, pero cada día podemos correr a buscarlo de nuevo, sabiendo con seguridad
que Él se deja encontrar y nos ilumina con la luz de su resurrección.
Hermanos y hermanas, esta es la esperanza más grande de
nuestra vida: podemos vivir esta existencia pobre, frágil y herida, aferrados a
Cristo, porque Él ha vencido a la muerte, vence nuestras oscuridades y
vencerá las tinieblas del mundo, para hacernos vivir con Él en la alegría,
para siempre. Hacia esa meta, como dice el apóstol Pablo, también nosotros
corremos, olvidando lo que se queda a nuestras espaldas y proyectándonos hacia
lo que está por delante (cf. Filipenses 3, 12-14). Apresurémonos, pues, a salir
al encuentro de Cristo, con el paso ágil de la Magdalena, de Pedro y de Juan.
Corramos al encuentro de Jesús,
redescubramos la gracia inestimable de ser sus amigos. Dejemos que su
Palabra de vida y de verdad ilumine nuestro camino. Como dijo el gran teólogo
Henri de Lubac, «debe bastarnos con comprender esto: el cristianismo es Cristo.
No es, en verdad, otra cosa. En Jesucristo lo tenemos todo» (Las
responsabilidades doctrinales de los católicos en el mundo de hoy, Madrid 2022,
254).
“Señor, en la fiesta que hoy celebramos te pedimos este don:
que también nosotros seamos nuevos para vivir esta perenne novedad. Límpianos,
oh Dios, del polvo triste de la costumbre, del cansancio y del desencanto;
danos la alegría de despertarnos, cada mañana, con ojos asombrados al ver los
colores inéditos de ese amanecer, único y distinto a todos los demás. […] Todo
es nuevo, Señor, y nada se repite, nada es viejo.” (cf. A. Zarri, Quasi una
preghiera).