Evangelio viernes 28 de febrero 2025
Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué
Se
acercaron a Jesús algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta
cuestión: “¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?”.
Él les respondió: “¿Qué es lo que
Moisés les ha ordenado?” Ellos dijeron: “Moisés permitió redactar una
declaración de divorcio y separarse de ella”.
Entonces Jesús les respondió: “Si
Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes.
Pero desde el principio de la creación, ‘Dios los hizo varón y mujer’. ‘Por
eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola
carne’.
De manera que ya no son dos, ‘sino
una sola carne’. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” °°° Marcos 10,
1-12.
La dureza de corazón le impide al ser
humano cumplir con la voluntad de Dios, cumplir con su propio proyecto de vida,
cumplir con lo que compromete, cumplir con su misma palabra, cumplir con los
mayores deseos que tenía en su vida.
Cuando pensamos en la dureza de
corazón, estamos frente a una situación irregular, frente a unos sentimientos
demasiado egoístas, frente a la inmadurez en la personalidad. El salmo 95 de la
Sagrada Escritura propone “no endurecer el corazón” A muchas personas les cuesta adorar a Dios y someterse al Plan de Dios.
Hubo varios momentos en que los israelitas se rebelaron contra Dios.
El llamado de Dios siempre ha sido a
que la persona no cambie ni manipule el plan divino, el proyecto de vida que Él
trazó para hombres y mujeres. Su insistencia será: “Escuchen mi voz, no
endurezcan el corazón” (Hebreos 3, 7-11).
Jesucristo
propone la igualdad en la pareja humana, hombre y mujer. Quien dañó el
proyecto divino fue el hombre que entró a repudiar a la mujer. El divorcio no
está en los planes de Dios. El Hijo de Dios insiste en los sentimientos nobles
del Padre celestial al crear al hombre y a la mujer, donde plantea un
matrimonio indisoluble. (cfr. Mateo 5, 32).
El divorcio causa un desorden en la vida familiar.
San
Juan Pablo II recordaba “hay diferencia entre los que sinceramente se han
esforzado por salvar el primer matrimonio y han sido abandonados del todo
injustamente, y los que por culpa grave han destruido un matrimonio
canónicamente válido.” (Exhortación apostólica, Familiaris Consortio, 84b).
Otro caso es la nulidad matrimonial.
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