Evangelio lunes 17 de febrero 2025
Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué
“Llegaron
los fariseos, que comenzaron a discutir con Jesús; y, para ponerlo a prueba, le
pedían un signo del cielo.
Y dejándolos, volvió a embarcarse
hacia la otra orilla.”
Marcos 8,
11-13
La
testarudez y la obstinación no pueden detener el paso del Reino de Dios y su
presencia en las necesidades de hombres y mujeres. ¿Qué hacer ante esta
situación? Lo primero es definir y lo segundo es decidir. Lo primero, “Un corazón obstinado es rebelde,
testarudo, es alguien cerrado completamente a la acción del Espíritu Santo.” Lo
segundo, la actitud debe ser la prudencia, no darle trascendencia a lo que no
lo tiene.
En
la historia bíblica existieron personajes que se distinguieron por ser tercos,
obstinados, imponentes y reacios a dejarse guiar por la Palabra y el Espíritu
de Dios. Por ejemplo, Dios preparó a Moisés y Aarón para que pudieran convencer
al Faraón que era muy terco y así pudiera salir el pueblo de Egipto (cfr. Éxodo
7, 1-29). El capítulo 9 del libro del Deuteronomio, Moisés recuerda la rebelión
del pueblo contra Dios. Un pueblo idólatra, desobediente, presunción
espiritual.
El
Nazareno siempre se quejó de la dureza de corazón, de la ceguera espiritual, de
la imponencia del ser humano. Son muy duros de corazón (Marcos 3, 1-6). Duros
de cerviz, e incircuncisos de corazón. (Hechos 7, 51).
El apóstol san Pablo enfrentó la obstinación
del pueblo y tomó la decisión de no entrar en conflicto. (Hechos 19, 9). El profeta
denuncia la terquedad humana ante la bondad de Dios, se comportan como una mula o una vaquilla salvaje. (Oseas
4, 16). No hay peor ciego, que el que no quiere ver. (Mateo 13, 13).
El
Papa Francisco enseña que los de corazón obstinado son como paganos. Los
corazones cerrados “hacen sufrir mucho a la Iglesia: los corazones
cerrados, los corazones de piedra, los corazones que no quieren abrirse, que no
quieren escuchar, los corazones que solo conocen el lenguaje de la condena. °°°
en un corazón cerrado “no hay sitio para el Espíritu Santo. (cfr. Homilía, 2 de
mayo, 2017).
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