Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué
“Salió
Jesús de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen. Cuando llegó el
sábado se puso a enseñar en la
sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le
viene esto? y ¿Qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros
hechos por sus manos?
¿No es éste el carpintero, el hijo
de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas
aquí entre nosotros?» Y se escandalizaban a causa de él.
Jesús les dijo: «Un profeta sólo en
su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio». °°° Marcos 6,
1-6.
Jesucristo
se prepara muy bien para cumplir con la misión. La sorpresa es que cuando
toma la iniciativa de enseñar sus deseos y los de su Padre celestial, siente el
rechazo de su propia comunidad. El problema de fondo puede ser una falta de fe.
Poder cumplir con un encargo o no poder hacerlo en su propia región, ha sido un
misterio, un enigma, un tema que necesita profundización.
Los
hermeneutas bíblicos nos recuerdan cómo fue de difícil para los profetas cumplir
con su misión. La causa fue su tierra y su ambiente cultural. Por ejemplo:
“el profeta Amós era originario de
Tecoa en Judá, y ejerció su profecía en el Santuario de Betel, santuario del
Reino del Norte, y fue rechazado por las autoridades.
Eliseo era originario de Abel Mejolá, y nunca ejerció la profecía
en medio de su familia, sino con grupos proféticos cerca de Guilgal. Jeremías e Isaías fueron profetas que
ejercieron en Jerusalén, el primero era de los sacerdotes de Anatot en la
tierra de Benjamín. De Isaías no se dice su origen, pero es probable que
ejerciera muy cerca o en su mismo lugar de origen.” (cfr. Monseñor, Salvador
Martínez).
El
Papa Benedicto XVI piensa que para una persona es difícil que la acepten con
sus dones y talentos en su misma comunidad naciente. Jesucristo tiene una respuesta a la contradicción de la gente: El
Hijo de Dios se maravillaba de la falta de fe de la gente” (Marcos 6, 6). El
hombre Jesús de Nazaret es la transparencia de Dios, en él Dios habita
plenamente.
Y mientras nosotros siempre buscamos
otros signos, otros prodigios, no nos damos cuenta de que el verdadero Signo es
él, Dios hecho carne; él es el milagro más grande del universo: todo el amor de
Dios contenido en un corazón humano, en el rostro de un hombre.
María no se
escandalizó de su Hijo: su asombro por él está lleno de fe, lleno de amor y de
alegría, al verlo tan humano y a la vez tan divino. (cfr. Ángelus, 8 de julio,
2012).
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