19 de febrero 2025 “Los magos, peregrinos de la esperanza”. Audiencia jubilar Papa Francisco. Queridos hermanos y hermanas:
En los Evangelios de la infancia de Jesús hay un episodio
que es propio de la narración de Mateo: la visita de los Magos. Atraídos por la
aparición de una estrella, que en muchas culturas es presagio del nacimiento de
personas excepcionales, algunos sabios se ponen en camino desde Oriente, sin
saber exactamente la meta de su viaje. Se trata de los Magos, personas que no
pertenecen al pueblo de la alianza.
La última vez hablamos de los pastores de Belén, marginados
en la sociedad judía porque se les consideraba «impuros»; hoy nos encontramos
con otra categoría, los extranjeros, que llegan inmediatamente para rendir
homenaje al Hijo de Dios que ha entrado en la historia con una realeza
completamente nueva. Los Evangelios nos dicen claramente que los pobres y
los extranjeros son invitados a encontrarse con el Dios hecho niño, el Salvador
del mundo.
Los Reyes Magos fueron considerados como representantes
tanto de las razas primigenias, engendradas por los tres hijos de Noé, como
de los tres continentes conocidos en la antigüedad: Asia, África y Europa, y de
las tres etapas de la vida humana: juventud, madurez y vejez. Más allá de
cualquier interpretación posible, son hombres que no se quedan quietos, sino
que, como los grandes llamados de la historia bíblica, sienten la invitación a
moverse, a ponerse en camino. Son hombres que saben mirar más allá de sí
mismos, saben mirar hacia arriba.
La atracción por la estrella que apareció en el cielo los
pone en marcha hacia la tierra de Judá, hasta Jerusalén, donde se encuentran
con el rey Herodes. Su ingenuidad y su confianza al pedir información sobre el
recién nacido rey de los judíos chocan con la astucia de Herodes, quien,
agitado por el miedo de perder el trono, inmediatamente trata de ver claro,
contactando a los escribas y pidiéndoles que investiguen.
De este modo, el poder del gobernante terreno muestra
toda su debilidad. Los expertos conocen las Escrituras y le informan al rey
del lugar donde, según la profecía de Miqueas, nacería el jefe y pastor del
pueblo de Israel (Miqueas 5,1): ¡la pequeña Belén y no la gran Jerusalén! De
hecho, como recuerda Pablo a los corintios, «lo que para el mundo es débil,
Dios lo ha escogido para confundir a los fuertes» (1 Corintios 1,27).
Sin embargo, los escribas, que saben exactamente dónde nació
el Mesías, indican el camino a los demás, ¡pero ellos mismos no se mueven! De
hecho, no basta con conocer los textos proféticos para sintonizar con las
frecuencias divinas, hay que dejarse "excavar por dentro" y permitir
que la Palabra de Dios reavive el anhelo de búsqueda, encienda el deseo de
ver a Dios.
En este punto, Herodes, a escondidas, como actúan los
engañadores y los violentos, pregunta a los Magos la hora exacta de la
aparición de la estrella y los incita a continuar el viaje y luego regresar
para darle noticias, para que él también pueda ir a adorar al recién nacido.
¡Para aquellos apegados al poder, Jesús no es la esperanza que hay que
acoger, sino una amenaza que hay que eliminar!
Cuando los Magos parten, la estrella reaparece y los guía
hasta Jesús, señal de que la creación y la palabra profética representan el
alfabeto con el que Dios habla y se deja encontrar. La visión de la estrella
suscita en aquellos hombres una alegría incontenible, porque el Espíritu Santo,
que mueve el corazón de quien busca a Dios con sinceridad, también lo llena de
alegría.
Al entrar en la casa, los Magos se postran, adoran a Jesús y
le ofrecen regalos preciosos, dignos de un rey, dignos de Dios. ¿Por qué? ¿Qué
ven? Un antiguo autor escribe: ven «un pequeño cuerpo humilde que el Verbo
ha asumido; pero no se les esconde la gloria de la divinidad. Se ve a un niño
pequeño; pero ellos adoran a Dios» (Cromacio de Aquileya, Comentario al
Evangelio de Mateo 5,1). Los Magos se convierten así en los primeros creyentes
entre todos los paganos, imagen de la Iglesia reunida de todas las lenguas y
naciones.
Queridos hermanos y hermanas, pongámonos también nosotros en
la escuela de los Magos, de estos «peregrinos de la esperanza» que, con gran
valentía, dirigieron sus pasos, sus corazones y sus bienes hacia Aquel que es
la esperanza no solo de Israel, sino de todos los pueblos. Aprendamos a
adorar a Dios en su pequeñez, en su realeza que no oprime, sino que libera y
hace capaces de servir con dignidad. Y ofrezcámosle los dones más hermosos,
para expresarle nuestra fe y nuestro amor. Fuente: Vatican. Va.