16 de febrero 2025. la esperanza no es una ilusión; la belleza no es una utopía Homilía Papa Francisco Jubileo de los Artistas y de la cultura. Basílica de san Pedro. En el Evangelio que acabamos de escuchar, Jesús proclama las Bienaventuranzas frente a los discípulos y a una multitud de personas. Las hemos escuchado muchas veces y, sin embargo, no dejan de sorprendernos:
«¡Felices ustedes, los pobres, porque
el Reino de Dios les pertenece! ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre,
porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!»
(Lucas 6, 20-21). Estas palabras invierten la lógica del mundo y nos invitan
a mirar la realidad con ojos nuevos, con la mirada de Dios, que ve más allá
de las apariencias y reconoce la belleza, aun en la fragilidad y en el
sufrimiento.
La segunda parte tiene palabras duras y de advertencia:
«¡Ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen consuelo! ¡Ay de ustedes, los que
ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora
ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!» (Lucas 6, 24-25). El
contraste entre “felices ustedes” y “ay de ustedes” nos remite a la importancia
de discernir dónde ponemos nuestra seguridad.
Ustedes, artistas y personas de cultura, están llamados a
ser testigos de la visión revolucionaria de las Bienaventuranzas. Su misión no
sólo es crear belleza, sino revelar la verdad, la bondad y la belleza
escondidas en los pliegues de la historia, de dar voz a quien no tiene voz, de
transformar el dolor en esperanza.
Vivimos un tiempo de crisis compleja, que es económica y
social y, ante todo, es crisis del alma, crisis de significado. Nos
planteamos cuestiones sobre el tiempo y la orientación. ¿Somos peregrinos o
errantes? ¿Caminamos con una meta o estamos dispersos deambulando? El artista
es aquel o aquella que tiene la tarea de ayudar a la humanidad a no perder
la dirección, a no extraviar el horizonte de la esperanza.
Pero, atención, no una esperanza fácil, superficial,
desencarnada. ¡No! La verdadera esperanza se entrelaza con el drama de
la existencia humana. No es un refugio cómodo, sino un fuego que arde e
ilumina, como la Palabra de Dios. Por eso el arte auténtico es siempre un
encuentro con el misterio, con la belleza que nos supera, con el dolor que nos
interroga, con la verdad que nos llama. De otro modo, “¡ay!”. El Señor es
severo en su exhortación.
Como escribe el poeta Gerard Manley Hopkins, «el mundo
está cargado de la grandeza de Dios. / Flamea de pronto, como relumbre de
oropel sacudido». Esta es la misión del artista: descubrir y revelar esa
grandeza escondida, hacerla visible a nuestros ojos y a nuestros corazones. El
mismo poeta percibía también en el mundo un «eco de plomo» y un «eco de oro».
El artista es sensible a esas resonancias y, con su obra, realiza un
discernimiento y ayuda a los demás a discernir entre los diferentes ecos de los
hechos de este mundo.
Y los hombres y las mujeres de cultura están llamados
a valorar esos ecos, a explicárnoslos y a iluminar el camino por el que nos
llevan; si son cantos de sirenas que nos seducen o bien llamadas de nuestra
humanidad más verdadera. Se les pide una sabiduría para distinguir lo que es
como «paja que se lleva el viento» de aquello que es sólido «como un árbol
plantado al borde de las aguas» y capaz de dar fruto (cf. Salmo 1,3-4).
Queridos artistas, veo en ustedes unos custodios de la
belleza que sabe inclinarse ante las heridas del mundo, que sabe escuchar el
grito de los pobres, de los que sufren, de los heridos, de los presos, de los
perseguidos, de los refugiados. Veo en ustedes unos custodios de las
Bienaventuranzas. Vivimos en una época en la que se levantan nuevos muros,
en la que las diferencias se vuelven un pretexto para la división más que una
ocasión de enriquecimiento mutuo. Pero ustedes, hombres y mujeres de cultura,
están llamados a construir puentes, a crear espacios de encuentro y de diálogo,
a iluminar las mentes y a encender los corazones.
Alguno podría decir: “Pero, ¿para qué sirve el arte en un
mundo herido? ¿No hay quizá cosas más urgentes, más concretas, más
necesarias?”. El arte no es un lujo, sino una necesidad del espíritu. No es
huida, sino responsabilidad, invitación a la acción, llamada, grito. Educar
en la belleza significa educar en la esperanza. Y la esperanza nunca está
separada del drama de la existencia; atraviesa la lucha cotidiana, las fatigas
de la vida, los desafíos de nuestro tiempo.
En el Evangelio que hoy hemos escuchado, Jesús proclama
bienaventurados a los pobres, a los afligidos, a los pacientes, a los
perseguidos. Es una lógica invertida, una revolución de la perspectiva. El arte
está llamado a participar en esta revolución. El mundo tiene necesidad de
artistas proféticos, de intelectuales valientes, de creadores de cultura.
Déjense guiar por el Evangelio de las Bienaventuranzas, y
que el arte que hacen sea anuncio de un mundo nuevo; que su poesía nos lo
haga ver. No dejen nunca de buscar, de interrogar, de arriesgar. Porque el
verdadero arte nunca es cómodo, ofrece la paz de la inquietud. Y recuerden: la
esperanza no es una ilusión; la belleza no es una utopía; el don que tienen
no es una casualidad, es una llamada. Respondan con generosidad, con pasión,
con amor. Fuente: Vatican. Va. Homilía leída por EL cardenal José Tolentino de
mendonça.